El caso de Koriun Inversiones ha dejado a muchas personas preocupadas, no solo por el dinero perdido, sino por lo que esta situación significa para la confianza en el sistema. Ante esto, el gobierno ha anunciado que se prepara una ley especial para ayudar a los afectados. Pero antes de aplaudir o criticar, vale la pena pensar con lógica.
El caso Koriun Inversiones abre una disyuntiva jurídica, política y ética que no admite respuestas simplistas. El debate no debería girar en torno a si el gobierno tiene corazón o si los afectados merecen el dolor. La complejidad nos exige más.
En este contexto, los silogismos -viejos conocidos de la lógica- nos ofrecen una ruta para estructurar con orden una conversación que de otro modo se volvería visceral o improvisada.
Primero, la ley dice que el Estado solo puede gastar dinero si una norma lo permite. Como Koriun no era una empresa regulada, no hay ley que permita indemnizar a sus inversionistas. Entonces, sin una nueva ley, no se puede usar dinero del presupuesto público.
Segundo, el Estado también tiene deberes humanos. Cuando muchas personas sufren, el gobierno puede -como excepción- ayudar. Si se aprueba una ley especial, puede ser un gesto solidario ante una tragedia que tocó a miles.
Tercero, hay que tener cuidado con lo que esta ayuda comunica. Si se da dinero sin condiciones, se puede enviar el mensaje de que no importa invertir fuera de la ley porque siempre habrá un rescate. Eso podría alentar futuras estafas.
Cuarto, también hay responsabilidad de quienes invirtieron. Muchos sabían que la empresa no estaba autorizada. Aunque eso no los hace culpables, sí nos recuerda que las decisiones tienen consecuencias.
Y quinto, lo que se haga hoy puede repetirse mañana. Por eso, si se aprueba una ley especial, debe ser clara: que esto no se volverá costumbre y que también habrá castigo para los culpables.
El reto está en encontrar un equilibrio. Responder con sensibilidad sin debilitar la institucionalidad. En tiempos difíciles, los liderazgos más firmes son los que logran actuar con empatía, pero también con claridad sobre lo que se construye para el futuro.