Religiosa reclama compasión

Pero los anglicanos, igual que los católicos, no han olvidado sus compromisos con la democracia, las obligaciones del poder y la dignidad humana.

El cristianismo descubrió la persona humana e hizo de la figura de Cristo el centro de las vidas que imitamos para lograr una existencia auténtica y plena. Previa al encuentro con el Padre. La Iglesia fundada en Roma le dio continuidad a la unidad católica y, desde allí, recogiendo los fragmentos del Imperio romano y sus instituciones fueron la columna vertebral de las naciones-Estado que se fundaron en Europa. Los españoles crearon el nuevo mundo y los peregrinos ingleses lo replicaron en el norte del continente.

El papa, elegido por los cardenales, mantenía unida a la raza humana, al tiempo que les daba a los Estados una legitimidad en la que los soberanos eran los reyes, los príncipes y los señores.

No siempre la cosa funcionó bien. La unidad de los cristianos se rompió y entre Europa y Gran Bretaña se creó el foso de los actos mundanos del rey, que, para justificar sus lujurias, se convirtió en jefe de la Iglesia Nacional y se perdonó a sí mismo.

Así nacieron los anglicanos-- los más hermanos de los católicos--, al extremo que solo los menos informados los confunden con los protestantes, que después de Lutero se han dividido en muchas otras ramas, que cada día, desde nervaturas frágiles, permiten los naturales egoísmos de los humanos.

Pero los anglicanos, igual que los católicos, no han olvidado sus compromisos con la democracia, las obligaciones del poder y la dignidad humana.

Los estadounidenses son herederos de las ideas liberales de los ingleses. Hume iluminó su Constitución y le permitió a Jefferson y a Adams anticipar las variantes de la conducta humana y el uso del poder para el ejercicio del egoísmo.

Por ello es que, después de que se inaugura un nuevo gobierno – al margen de la religión que profesa el gobernante--, asiste después de jurar el cargo a una misa de acción de gracias en la Iglesia Anglicana más cercana de la Casa Blanca.

Trump fue el 20 de enero a la iglesia y participó en el servicio religioso dirigido por la obispa Marian Ann Bude, de la Iglesia Episcopal de Washington.

En su sermón sorprendió al nuevo gobernante y estremeció a los cristianos. Le habló de la compasión del poder hacia los débiles. “Respaldada en Santiago 2: 12—13”, le dio una cátedra de la obligación que tienen los cristianos con el prójimo.

Con gran conocimiento habló de los emigrantes, del bien que hacen a la comunidad humana de los Estados Unidos y su contribución en la construcción de esa gran nación que siempre desde el principio, sus fundadores, imaginaron grande, singular y especial. Diferente a todas las que el hombre había creado.

La obispa Bude ha forjado la mayoría de sus experiencias y alimentado sus juicios en las vivencias logradas en Honduras. Ha visitado varias veces a nuestro país para trabajar como una voluntaria más, en varias de las obras que la Iglesia Episcopal tiene en Honduras, especialmente una obra singular en Támara, en el Distrito Central.

Sus palabras sonaron fuertes.

Existenciales porque están unidas a la historia de la salvación, ancladas en la Palabra de Dios, y en la experiencia del amor al prójimo. Asimismo, valientes porque frente al discurso excluyente habló del amor al prójimo, la cercanía y la compasión para compartir con el otro, no solo el sueño del cielo prometido, sino que, además, el concepto de que todos en Cristo somos hijos de Dios, ciudadanos del pueblo elegido. Nadie es extranjero.

Trump hizo mala cara. Su cristianismo es líquido, compasión baja y complejo amor al prójimo. Bude, en cambio, nos hizo mejores a todos.

las columnas de LP

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