Está claro que vivimos en una época en la que las certezas se han desmoronado, las instituciones pierden legitimidad y credibilidad, la verdad es relativizada al extremo y la búsqueda de sentido se vuelve cada vez más una tarea individual, personal e incierta.
En este contexto, es importante recordar la advertencia de Friedrich Nietzsche sobre “la muerte de Dios” en su obra “La Gaya Ciencia” (1882), la cual resuena con una fuerza cada vez más potente: no se trata de un mero deseo ateo, sino de la constatación de un colapso estructural en los valores absolutos que sustentaban la civilización occidental.
La tradición judeocristiana, la metafísica y la moral tradicional habían sido los pilares que le daban cohesión al mundo y, con su derrumbe, la humanidad se enfrenta a un abismo de caos, violencia justificada e incertidumbre.
Ahora bien, estoy seguro que usted se estará preguntando: ¿pero qué es eso del nihilismo? Para responder a esa inquietud, es preciso retomar la lectura de Nietzsche, el cual distinguía entre dos formas de nihilismo, el pasivo y el activo.
El primero, se caracteriza por la resignación, la apatía y el desencanto; es la respuesta de quienes, ante la pérdida de los valores tradicionales, se sumergen en el vacío sin intentar superarlo por estar sumidos en un derrotismo melancólico de un mundo que no volverá a ser lo que supo ser. En nuestra sociedad actual, saturada de información falsa rentada por grupos de poder y estímulos superficiales, muchos caen en este nihilismo pasivo, refugiándose en el cinismo, la indiferencia o el entretenimiento vacío como formas de evasión del pensar.
Por otro lado, el nihilismo activo representa una oportunidad para la transformación. Nietzsche lo concibe como una fase de destrucción creativa, en la que el individuo no sólo reconoce el colapso moral, sino que asume el reto de crear nuevos valores y significados.
En este sentido, el nihilismo activo no es una simple negación, sino un proceso de reinvención que desafía la desesperanza y abre la posibilidad de un nuevo horizonte de sentido. Y no, queridos amigos, autopercibirse foca no entraría en esta categoría de reconstrucción simbólica y moral, sino más bien todo lo contrario, es un coletazo de la decadencia de la pasividad de una cultura autodestructiva y egoísta que se desconoce a sí misma.
También, desde su perspectiva crítica, Žižek argumenta que la modernidad tardía nos enfrenta a una paradoja: somos conscientes del vacío y de la construcción comercial y artificial de la mayoría de los valores, pero rara vez damos el paso hacia su superación. Y esto es interesante, porque en lugar de un nihilismo activo que impulse la creación de nuevos valores, nos hemos mantenido en un estado de aceptación cínica y hueca de valores impuestos por las agendas de moda, atrapados por el consumo y la simulación de significado para no ser “políticamente incorrectos”. Así nos está yendo...
“El capitalismo tardío ha elevado el consumo al nivel de la religión: no se trata solo de comprar cosas, sino de comprar experiencias que nos den un propósito inmediato y efímero.”
Žižek, La nueva lucha de clases;2016, p. 57.
A pesar de todo ésto, Žižek nos sugiere que la toma de conciencia radical de este mecanismo puede ser el primer paso para romper con la parálisis nihilista y abrir el camino hacia una auténtica transformación.
Y bien sabemos que es imposible tomar real consciencia de nada, y mucho menos intentar cambiar algo, si seguimos aceptando como bueno todo el material basura que nos proporcionan tanto los medios de comunicación tradicionales como las redes sociales, dominadas por legiones de imbéciles con voz anónima.
Ante esto, cabe preguntarse: ¿estamos condenados al vacío o podemos rediseñar nuestra existencia? Esta es la cuestión central que enfrentamos en la actualidad porque si bien la disolución de los valores “tradicionales” puede parecer algo “cool” para algunos y algo catastrófico para otros, también puede ser vista como una invitación a pensar, pero a pensar de verdad, con criterio propio, con juicio y con argumento, con referencia a la realidad y con un escudo anti progresismo barato para recién ahí poder habilitar nuevas formas de sentido.
La elección entre resignación y reinvención no depende de la bajada de línea de corporaciones que imponen a los Estados lo que se debe aceptar en silencio y lo que se debe callar con vergüenza injustificada, sino de nuestra capacidad de asumir el desafío del nihilismo activo y enfrentar con valentía la incertidumbre de este mundo devastado que pide a gritos tener sentido.
¿Por qué digo que estamos pidiendo a gritos un sentido? Básicamente porque es imposible de disimular la tremenda era de la desorientación en la que estamos inmersos. Žižek señala que el capitalismo tardío ha convertido el vacío existencial en un producto, en una mercancía de consumo masivo. En lugar de enfrentarnos con la falta de propósito, el sistema nos ofrece distracciones constantes, promesas de felicidad instantánea y causas efímeras que nos impiden cuestionar nuestra existencia de manera profunda.
Desde el modelo de híper-producción de contenido en las redes sociales hasta el consumismo desenfrenado, la sociedad posmoderna se encarga de mantenernos en un estado de permanente estimulación superficial, evitando así que nos enfrentemos cara a cara con el verdadero problema del nihilismo.
El problema de esta dinámica es que el entretenimiento y las distracciones no llenan el vacío existencial, sino que simplemente “lo postergan”. Nos encontramos en una era de la desorientación, donde todo parece estar al alcance de un clic, pero nada tiene un significado duradero: sí, nada. Ni las cosas que compramos ni las relaciones que forjamos. Nada.
Esta sobreabundancia de todo, más los huracanes frecuentes de desinformación intencionada, no hacen otra cosa que generar una confusión atroz en lugar de brindarnos claridad para interpretar la realidad. Si a eso le sumamos la inducción a la búsqueda constante de placer inmediato, es evidente que estamos totalmente alejados de cualquier reflexión genuina sobre el sentido de la vida.