Nuestra historia está llena de personajes coloridos y carismáticos que han tenido la oportunidad de mover las voluntades de grandes cantidades de personas para sus fines.
Durante la mayor parte de nuestro trayecto de vida republicana esto se manifestaba a través del uso de la fuerza para conquistar y sostenerse en el ejercicio del poder. Entre estos ejemplos resalta la figura de un demócrata. No llegó el poder a través de las armas, ni las utilizó para prolongar su mandato o imponer a su sucesor. Trató, dentro de lo que el tiempo permitía, dar espacios democráticos y de libertad a todos los sectores.
Presidió los 4 años de mayor crecimiento económico sostenido y pacífico en la historia del país. Salió de la presidencia a ejercer su profesión sin haber acumulado capitales monetarios, militares o políticos que empañaran su imagen de hombre honrado. Y casi no lo conocemos. Miguel Paz Baraona (su apellido no lleva h), nació el 4 de septiembre de 1863 en Pinalejo, jurisdicción municipio de Quimistán, Santa Bárbara, y falleció en 11 de noviembre el 1937, en San Pedro Sula.
Después de la cruenta guerra civil de 1924 se pactó que se harían elecciones donde no se postularían como candidatos aquellos que hubiesen tomado las armas en ese cruento suceso. Ya que el líder del Partido Nacional, el general Tiburcio Carías Andino, no era elegible, se buscó a un candidato de buen perfil, pero de limitado peso político, que se esperaba sería únicamente un puente para el ascenso del caudillo.
Sin embargo, Paz Baraona se tomó en serio su papel de gobernante. Más allá de eso logró trascender al arraigado sectarismo y la herencia de sangre de generaciones para dar amnistías, invitar a los exiliados, y permitir el libre ejercicio de las libertades públicas.
Hasta los precursores del comunismo hondureño, como Cálix Herrera, lograron operar de una forma más libre de lo que pudieron hacer antes o después.