Hace un par de semanas, recién fallecido el papa Francisco, mencioné cómo el mensaje de su segunda carta encíclica, “Laudato sí”, sobre el cuidado de la casa común, me hizo más consciente de la importancia y necesidad de velar por este planeta Tierra y del compromiso moral que tenemos todos de dejar a los que nos sucedan un lugar habitable en el que puedan crecer y desarrollarse.
Quiero ahora mencionar cómo su tercera carta encíclica, “Fratelli tutti”, hermanos todos, en español, quiso ser un llamado a la consciencia de los cristianos y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad sobre la urgencia de aprender a convivir en armonía, de respetarnos, de no descalificar ni poner al margen a nadie, aunque vea la vida desde una óptica distinta o la valore o aprecie desde un ángulo diverso.
Este mensaje de Francisco, hecho público en 2020, en plena pandemia del covid-19, el papa nos hacía caer en cuenta de que el individualismo, el rechazo al que es distinto, la guerra misma, deben ser enfrentados con el diálogo sincero, con múltiples gestos solidarios y con la construcción de una cultura del encuentro que no excluya a nadie.
Esta tercera encíclica debería ser leída por aquellos que se creen propietarios exclusivos de la verdad en temas tan opinables como las posturas políticas o las formas de buscar y alcanzar el desarrollo social. La cultura del encuentro es indispensable para alcanzar la paz. En un mundo, y en un país, que padecen una creciente polarización es necesario que nos sentemos serenamente y sin prejuicios, y seamos capaces de sintonizar con los pensamientos y sentimientos de los demás. Y esto debe comenzar en los matrimonios, en las familias, en los distintos ámbitos de convivencia en los que con frecuencia se generan fricciones que devienen en conflictos entre individuos y entre colectividades.
Cuando se entiende que el otro no es un enemigo; cuando se hacen a un lado las posturas discriminadoras; cuando usamos la cabeza y no las vísceras, todos podemos entendernos y vivir como hermanos.
Quién sabe por qué prejuicios hay quienes creen que los mensajes de los papas son dirigidos exclusivamente a los católicos o que su contenido es puramente espiritual. Lo cierto es que hay en ellos tanta sabiduría que no ha habido quien los haya leído que no se haya sentido interpelado. Por lo menos a mí, la “Fratelli tutti”, me llevó a reflexionar sobre mi conducta cotidiana, sobre la importancia de ser persona de brazos abiertos que procura no rechazar a nadie, no marginar a nadie.