Que la ley no tenga precio. Que el derecho no tenga dueño. El Evangelio nos llama a ser sal y luz (Mt 5,13-16), no para huir del mundo, sino para transformarlo desde dentro.
Su fe sencilla, su devoción diaria y su profundo amor por la Iglesia la hacían admiradora entrañable del Santo Padre, a quien seguía fielmente por televisión.