Nada cuesta

Al final es un tema de cortesía. De no interrumpir una conversación por contestar una llamada, pocas veces urgente. De no estar viendo, a cada rato.

  • 20 de mayo de 2025 a las 23:02 -

Una de las virtudes que más ha padecido el cambio en los estilos de vida que la sociedad humana ha sufrido últimamente es la de la cortesía. La delicadeza en el trato, el saludo oportuno, la sonrisa facilitan la convivencia armónica y vuelven la existencia más agradable, más vivible. Aunque se levante uno con pocas ganas de salir a la calle y enfrentar el tráfico o el correcorre cotidiano, un rostro amable puede hacernos cambiar de perspectiva y reconocer que no todo está perdido y que hay razones para perseverar en la bondad y aspirar a la felicidad.

Además de las prisas, las relaciones interpersonales, marco en el que se vive la virtud de la cortesía, se ven hoy obstaculizadas por las múltiples pantallas que hoy nos acompañan. Los celulares, convertidos en archivos y medios de lo hasta hace poco inimaginable, se interponen violentamente entre las personas y levantan muros casi infranqueables.

Así, hemos perdido la costumbre de mirar a los ojos, de saludar a aquellos con los que coincidimos en un lugar y, más bien, parece que buscamos en los aparatos una especie de refugio o, por lo menos, una excusa para no establecer contacto con los que nos rodean. Lo peor es que esto no solo pasa con los desconocidos, con los que, por casualidad, nos encontramos en una sala de espera o en la fila de un banco, sino que sucede igual en la sala de estar familiar o, verdadera tragedia, en la mesa común, en el comedor de la casa. Y, sin exagerar, califico este hecho de trágico, porque si hay sitio “sagrado”, cátedra de valores, sitio en el que se ponen en común las alegrías y las inquietudes de padres e hijos, a veces único lugar en el que se junta la familia, es la mesa a la hora de las comidas.

Y si eso pasa con la gente más cercana, nada debe extrañar que suceda con colegas, compañeros o extraños. Que, además, todos terminarán por ser extraños, ya que habrá desaparecido el conocimiento mutuo.

Y nada cuesta. Nada cuesta dejar el teléfono lejos de la mesa del comedor, no llevarlo en la mano todo el tiempo como si de él dependiera la vida, reconocer que la gente que nos rodea es importante y merece nuestra atención.

Al final es un tema de cortesía. De no interrumpir una conversación por contestar una llamada, pocas veces urgente. De no estar viendo, a cada rato, la pantalla como si fuera nuestra fuente de oxígeno; de tratar a las cosas como cosas y a los seres humanos como seres humanos, como personas que exigen consideración y respeto.

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