Monterroso y la minificción en Honduras

El encuentro con la obra de Francisca Noguerol Jiménez y su relación con destacados académicos como Lauro Zavala y Wilfrido H. Corral revela una historia de pasión por la literatura, la minificción y la promoción de la cultura hondureña

Mis primeras noticias sobre Francisca Noguerol Jiménez llegaron a través de Lauro Zavala, quien me regaló un ejemplar del libro Escritos disconformes. Nuevos modelos de lectura. Llegué a conocer a Lauro cuando ejercía como director del Fondo Editorial de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, por llamado de su rector, D. Ramón Ulises Salgado. Ahí, en el Fondo Editorial, fundé la Revista de la Universidad, una publicación trimestral monotemática que inició su viaje con un número dedicado a Pablo Neruda y otro a Augusto Monterroso.

La universidad decidió otorgarle el Honoris Causa a Augusto Monterroso y el rector nombró una comisión, entre quienes figuraba yo, para entregar la distinción en la Ciudad de México. Con tal motivo preparé el segundo número de la revista dedicada a Augusto Monterroso, acompañada con unos grabados realizados por Dino Fanconi, pintor hondureño. En ese número incluí un artículo de Francisca: Augusto Monterroso y su tiempo.

En México, la Universidad Pedagógica se comprometió a crear la Cátedra Augusto Monterroso y el escritor dijo que vendría a Tegucigalpa para inaugurarla. Desgraciadamente murió y la cátedra nunca arrancó. Para esa ocasión yo preparé, con el apoyo de Lauro Zavala y de Wilfrido H. Corral, una edición preciosa, a todo color y con tapa dura de El dinosaurio.

Wilfrido H. Corral me escribió solicitándome el número de la Revista. Había tenido noticia de ella a través de la Revista Casa de las Américas.

Yo la deposité en el correo y de regreso llegó su libro sobre Monterroso. Comenzamos una amistad relacionada con Augusto Monterroso y me invitó a participar en un homenaje al hondureño publicado por la Revista Quimera.

Había comenzado a publicar copias de cartas de personajes hondureños, y don Roger Fortín Zavala, diagramador de la editorial, me trajo una carta fechada en enero de 1981 de su tío don Lauro Zavala Maradiaga padre, quien había migrado a México para estudiar con una beca del Gobierno de México la carrera de Antropología y Arqueología, áreas en las que destacó en el país azteca. Entonces recibí una carta de agradecimiento de Lauro Zavala hijo, profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana, de su sección Xochimilco, quien ya era un famoso teórico de la narración y de la minificción.

Lauro hijo vino a Tegucigalpa invitado por la revista y dirigió un taller de minificción y dos números de las Revistas de la Universidad fundadas por mí: un número de la Revista de la Universidad dedicada a teoría de la narración y un número de la Revista Pedagógica dedicada a la enseñanza de la literatura mediante la minificción. Además, trajo libros para mí; entre ellos, el de Francisca Noguerol Jiménez, y también aprovechamos para fraguar con él y Wilfrido desde California, casi clandestinamente, la edición de El dinosaurio, porque quería que fuera una sorpresa para la inauguración de la Cátedra Monterroso.

Lauro y Wilfrido, por iniciativa mía, han ingresado, como académicos correspondientes, a la Academia Hondureña de la Lengua y estamos muy orgullosos de tenerlos como miembros de la casa. Y también a Francisca Noguerol.

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