José “Pepe” Mujica, fallecido expresidente de Uruguay, decía que el poder no debe ser fuente de lujo o privilegio, sino una responsabilidad que debe asumirse con respeto y humildad. El líder socialista fue una de las figuras más queridas por un pueblo que admiró su humildad y su profundo enfoque ético hacia la vida y el liderazgo. También cautivó al mundo con su visión de la vida sencilla y el rechazo al consumismo y el derroche.
El legado del “presidente más pobre del mundo” debería servir de ejemplo a los funcionarios que se marean cuando llegan al poder y muestran grandeza, imprudencia, obsesión por la imagen personal y desprecio por las opiniones ajenas. Llegan, incluso, a creer que son infalibles y todopoderosos.
En Honduras hemos visto algunos casos de este trastorno psicológico, conocido como arrogancia, que se desarrolla por el mal uso del poder y que los psicólogos llaman síndrome de Hubris. Uno de los más recientes casos es el de la ministra de Salud, Carla Paredes, quien en vez de apaciguar, mediante el diálogo, una masiva protesta de enfermeras, quienes exigen el cumplimiento de un convenio sobre remuneraciones firmado con el gobierno, atizó el fuego con su arrogancia: amenazó con despedirlas de sus puestos y las trató como si fuesen sus trabajadoras.
“Yo nos les debo nada, ellas me deben a mí porque no trabajan, por estar en las calles”, expresó. También dejó entrever que no está al tanto de la realidad nacional, pues “no escucho medios”, de comunicación. Este comportamiento es propio de personas afectadas por el síndrome de Hubris, ya que se niegan a dialogar porque creen que los únicos puntos de vista válidos son los suyos y tienden a rodearse de personas que no se atreven a contradecirlos. El irrespeto a la libertad de prensa es otra de las manifestaciones de soberbia que padecen estas personas, cuya autoconfianza y narcisismo son excesivos. Un ejemplo de ello lo dio el jefe de una dependencia de la municipalidad sampedrana, Jonathan Cardona, quien puso como condición a la periodista Lisseth García que le firmara una declaración jurada a cambio de brindarle información sobre temas de interés ciudadano. Por supuesto que la experimentada comunicadora no aceptó semejante desafuero y por ende la entrevista no se realizó.
El pueblo viviría menos tenso si la arrogancia no fuera la carta de presentación de personas que al encumbrarse en un cargo se desconectan de la realidad. Al menos deberían esforzarse por conocer los puntos de vista y las necesidades de quienes los sostienen en el cargo con sus impuestos. Parodiando un conocido refrán podemos resaltar que, con funcionarios como estos, no hay gobierno que quiera enemigos, sobre todo en tiempos de campaña electoral.