Siempre he dicho que, si el cielo existe verdaderamente, tío Manuel y tío Atilio tienen ahí un lugar destacado, porque en mi vida no he tenido otras oportunidades de conocer a personajes que sean verdaderos santos.
En La Esperanza, Intibucá, cinco mujeres de armas tomar constituyeron una fortaleza familiar. Trátase de Narcisa Girón, conocida como Mamá Niza, y su hermana Ercilia Girón (Mamita Chila), y las hijas de Mamá Niza: Mercedes Girón —mi abuela—, María Girón y Socorro Girón. El primogénito de Mamita Chila fue tío Manuel Flores Girón, quien era de edad cercana a tío Arturo Rivera Girón —hijo de mi abuela— y a tío Atilio Menéndez Girón —hijo de María Girón.
Después vinieron tía Margarita Rivera, tío Julio Flores, tío Camilo Rivera, tía Joaquina Flores, tía Elena Menéndez, tía Julia Menéndez y mi madre, Ernestina Rivera. Los últimos fueron Gustavo Rivera, Carlos Rivera, Berta y Fidelina Girón, hijas de Mercedes. Socorro —mi Coco— no tuvo hijos.
Todos crecieron al amparo de Narcisa —a quien llamo la Coronela—, Ercilia, Mercedes y María, mujeres heroicas y permanentemente dedicadas a la formación de su descendencia. Relataba mi madre que, en cierta ocasión, con motivo de la muerte por asesinato de un hermano del comandante de La Esperanza, el general Z. Pérez, este decretó luto en la ciudad. Los hermanos y primos se encontraban, en una de esas noches de duelo, junto al fogón, en casa de Mamá Niza. Contaban chistes y aventuras y reían a carcajadas de sus ocurrencias. En ese momento irrumpió la soldadesca, que había derribado la puerta. Rifle Remington en mano, amenazaban a los muchachos.
Y los emplazaban a dejar de reír porque la ciudad estaba de duelo.
Tío Manuel se enfrentó a ellos y les dijo que, como estaban en su casa, podían hacer lo que les viniera en gana. Los gendarmes oyeron aquella respuesta como una provocación y, ni cortos ni perezosos, intentaron someter a los muchachos para llevarlos a prisión, al cuartel.
La enérgica intervención de Mamá Niza, que se interpuso con inusitada valentía, machete en mano y con la firme advertencia a los soldados de que, si no se retiraban, iban a rodar cabezas, impidió que aquellos indios ensoberbecidos perpetraran el atropello, pues se retiraron mansamente.
Se encontraba, en ese tiempo, en su misión magisterial en la escuela de La Esperanza, un imberbe maestro que inducía a los muchachos a leer y a investigar y que les relataba las maravillas de la vida en la capital. Los Flores, los Rivera y los Menéndez eran sus más fervientes admiradores y seguidores. Se trataba de Ibrahim Gamero Idiáquez, recién llegado de la Escuela Normal de Varones de Tegucigalpa, discípulo de Esteban Guardiola y que más tarde fue contratado por la Tela Railroad Co. para organizar y dirigir las escuelas de la Compañía en la costa norte, donde se destacó por su extraordinaria labor de conducir hacia la sabiduría a los hijos de los trabajadores de la compañía.
Llegaban, además, noticias a la ciudad de la meseta de las oportunidades que ofrecía el boom económico en la costa norte. Tío Manuel y tío Arturo fueron los primeros en emigrar tras las huellas de don Ibrahim. El viaje era a lomo de mula entre La Esperanza y Siguatepeque y luego en las baronesas que viajaban desde Tegucigalpa al puerto de Pito Solo, donde abordaban un ferri que los transportaba, a través del lago de Yojoa, hasta el puerto de El Jaral, en el norte, donde reanudaban el viaje por carretera hasta Potrerillos. A partir de ahí, el viaje hasta San Pedro Sula era en el Ferrocarril Nacional.
Otra de las causas para emigrar era el enrarecido ambiente de represión que se respiraba en La Esperanza, ejercido por la dictadura de Carías Andino. Inicialmente se emplearon como vendedores de medias, después como agentes de la Singer. Hasta La Esperanza, tío Arturo hizo llegar una Singer —que terminó en manos de mi madre—, para después lograr un ansiado empleo en la compañía bananera: tío Arturo como mandador de finca y tío Manuel como técnico de radio en Tela.