Yo no soy “vaticanólogo”, ni, aunque soy católico, me atrevo a hablar en nombre de la Iglesia. Ella tiene sus portavoces, y son ellos los llamados a pronunciarse en su nombre cuando hace falta. Pero, tanto con san Juan Pablo II como con Benedicto XVI, procuré siempre estar al día con sus escritos, para conocer su pensamiento y para saber hacia dónde quería la Iglesia que me dirigiera; si quería ser realmente buen hijo suyo y no vivir en una especie de “esquizofrenia espiritual”, diciendo una cosa y haciendo otra, o al margen de las autorizadas enseñanzas del papa, fuera quien fuera.
En el caso de Francisco, además, para los latinoamericanos, su predicación y sus escritos han tenido una fuerza particular. Oír hablar a un Romano Pontífice en la lengua que hablamos la gran mayoría de los que vivimos en esta parte del mundo, y con el peculiar acento de los argentinos, tenía un efecto muy especial, y que seguramente echaremos de menos cuando se dirija a nosotros el nuevo papa. Leer sus escritos, en los que palpitaban las preocupaciones y los ejemplos tan familiares para los que hemos crecido al sur del río Bravo, ha tenido un impacto que hasta ahora nos era relativamente desconocido.
Pronto la Iglesia tendrá una nueva cabeza visible, y los que formamos parte de ella seguiremos atentos a sus enseñanzas y, si de verdad queremos serle fieles, evitaremos las absurdas comparaciones, cosa que solo pueden hacer aquel que tiene una visión exclusivamente humana de ella y cree que es una organización con fines terrenales en la que hay partidos y bandos enfrentados.
Mientras tanto, desde su partida, he procurado hacer memoria de algunas de las cosas que más me “llegaron” del papa Francisco y que intenté vivir obedientemente. Desde la “Laudato sí”, caí en cuenta que esa preocupación permanente de los últimos papas por el cuidado de la “casa común” no es un puro postureo político. Que, como dijo antes Benedicto XVI, tenemos la responsabilidad moral de vivir una solidaridad intergeneracional con los que nos sucederán, y que, por lo mismo, estamos obligados a dejarles un planeta habitable y no un desastre. Esta carta encíclica, la “Laudato sí”, generó alergia entre algunos sectores que se sintieron incómodos por sus señalamientos. Pero Francisco no era una “quedabien”, y si leemos ese documento con conciencia recta no podemos dejar de estar de acuerdo con él.
La exhortación apostólica “Amoris Laetitia”, sobre el amor humano y el matrimonio, fue otro escrito que me interpeló personalmente. Pero creo que tendré que referirme a él en otra ocasión. Mucho que decir y poco espacio en donde hacerlo.