En un reino lejano, el rey convocó a todos los jóvenes solteros. Le entregó una semilla a cada uno de los asistentes y les dijo: “En seis meses, deberán traerme en una maceta la planta que haya crecido. El que traiga la más hermosa, se casará con mi hija”.
Todos sembraron sus semillas con entusiasmo. Un joven, sin embargo, notó que la suya no germinaba.
A pesar de cuidarla con dedicación, su maceta seguía vacía. Mientras tanto, los demás jóvenes mostraban orgullosos sus plantas llenas de flores.
Llegó el día señalado. El joven, avergonzado, no quería ir, pero su madre le insistió en que debía presentarse con la cabeza en alto, orgulloso de todo su esfuerzo. Sin embargo, con la cabeza baja, fue el último en llegar, llevando su maceta vacía. Los demás al verlo sin ninguna planta se rieron y lo ridiculizaron.
El rey entró al salón, observó cada planta detenidamente y luego hizo algo inesperado: llamó al joven de la maceta vacía y lo presentó como el futuro esposo de su hija. Ante la sorpresa de todos, explicó: “A cada uno de ustedes se les entregó una semilla infértil. Todos, menos este joven, trataron de engañarme sembrando otras plantas. Pero él tuvo el valor de presentarse con la verdad. Ha demostrado ser honesto y valiente, cualidades que necesita un verdadero líder y que mi hija merece a su lado”.
Lamentablemente, debemos afirmar que vivimos en una sociedad donde la honestidad se ve como una debilidad. Aquí lo “normal” es que se falseen los datos en las declaraciones de impuestos, que se “truquee” el contador o que se mienta cuando es necesario.
En un país donde las trampas son comunes, ser honesto es un acto revolucionario y valeroso. ¿Será usted uno de esos valientes? Se cuenta que el filósofo griego Diógenes iba por las calles de Atenas en pleno día con una lámpara encendida, diciendo: “Busco a un hombre honesto.” Cuando le preguntaban por qué, respondía que aún no había encontrado uno. ¿Será usted uno de ellos?
