La guerra del huevo

Entre los oportunistas que vieron negocio en la escasez (nunca faltan) estaba un hombre llamado Robinson. Aventurero y negociante, encontró su “mina de oro”.

  • 12 de octubre de 2025 a las 23:00 -

“El huevo sirve para comer, pero también se puede vender”: (José Luis López Vázquez de la Torre. 1922-2009. Actor español).

En 1848 estalló la famosa Fiebre del Oro en California. La noticia corrió como pólvora encendida dentro y fuera de Estados Unidos, atrayendo a más de 300,000 buscadores que levantaron campamentos y, con el tiempo, fundaron ciudades como San Francisco. El repentino aumento de población disparó los precios, sobre todo de los alimentos. Las granjas no daban abasto, y lo poco que había se pagaba caro. Uno de los productos más codiciados era el huevo, que llegó a costar un dólar la unidad, una fortuna para la época.

Entre los oportunistas que vieron negocio en la escasez (nunca faltan) estaba un hombre llamado Robinson. Aventurero y negociante, encontró su “mina de oro” en una isla cercana, donde anidaban unos pingüinos cuyo huevo era un reemplazo perfecto. En poco tiempo, Robinson y sus hombres recolectaban y vendían medio millón de huevos por temporada. El negocio era tan lucrativo que atrajo a competidores; entre ellos, David Batchelder y un grupo de italianos igual de ambiciosos. La rivalidad terminó en una breve pero violenta disputa con bajas en ambos bandos: la llamada “guerra del huevo”. Batchelder acabó preso, y Robinson continuó su empresa hasta casi extinguir aquella especie de pingüinos.

El pasado 10 de octubre se celebró el Día Mundial del Huevo, este alimento modesto pero indispensable, capaz de nutrir, unir y sostener economías enteras. El huevo ha sido símbolo de vida, sustento y, por qué no, de rebeldía: recordemos las veces que el pueblo lo ha lanzado contra rostros de políticos corruptos en muchas partes del mundo. También ha inspirado frases célebres de personajes como Robespierre, Thatcher, Cervantes o del dueño de la cita que abre esta opinión.

Según el Instituto Latinoamericano del Huevo, en 2024 Honduras produjo 1,975 millones de unidades, con un consumo per cápita de 210 huevos al año, muy por debajo de los mexicanos (379) o los argentinos (363), que prácticamente comen uno diario. Deberíamos aspirar a cifras similares, pero la realidad pesa: duros controles gubernamentales, altos costos de los insumos, inseguridad ciudadana y jurídica, bajos salarios, energía cara, combustible aún más caro y escaso apoyo al productor. Todo eso convierte la meta de “un huevo al día” en una meta difícil de alcanzar.

No obstante lo anterior, la producción de huevos, sea artesanal o industrial, representa un enorme potencial de crecimiento interno y externo, con el debido apoyo gubernamental y la promesa del sector productivo de mejorar los procesos productivos en aspectos como higiene, clasificación transparente, fechas de caducidad reales y, de ser posible, trazabilidad del producto.

Hoy, la guerra del huevo ya no se resuelve con espadas o armas de fuego: se pelea en los mercados y en las plazas, en la competencia sana, en la calidad del producto, en la presentación de los empaques, en el tipo de producción y en las estrategias de distribución. Es una guerra dura, porque el huevo siempre será el mismo, no importa si es blanco o marrón, si hay gallo de por medio o inseminación, si es de granja o de patio, si la gallina se alimentó con concentrado o con la caca de los cerdos del corral. Igual los comemos porque cada gallina hará siempre el mismo milagro de entregarnos un producto estrella, sabroso, noble, sano y poderoso.

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