Don Víctor García Hoz fue un destacado pedagogo y filólogo español, fallecido en 1988, que, además de un muy buen diccionario de la lengua española, escribió varios textos sobre educación personalizada, estilo educativo del que se considera el mayor teórico y experimentador. Don Víctor también coordinó el Tratado de Educación Personalizada, una colección de 33 volúmenes que recoge tanto escritos propios como de otros autores sobre el tema.
Me encontré con sus primeros escritos a finales de la década de los ochentas del siglo pasado y, luego, profundicé en varios de sus textos porque me interesaron mucho sus planteamientos sobre la educación y la persona y porque, aunque ya han pasado varias décadas desde que hiciera sus primeros planteamientos pedagógicos, pienso que no han perdido vigencia, sino todo lo contrario, cobran mayor importancia en un contexto en el que es notoria una “emergencia formativa” y en el que es necesario un retorno a lo esencial, a devolver a la persona al centro del quehacer educativo y a dar prioridad a lo permanente en el ser humano, a los valores, a los principios, a la virtud, y a poner lo pasajero, lo circunstancial, lo que pierde vigencia con el paso del tiempo, en el sitio que le corresponde.
Desde que leí su libro “Pedagogía visible y educación invisible” hubo dos conceptos que me llamaron muchísimo la atención. El primero es que García Hoz señala que un centro educativo en el que se sabe formar a las personas, en el que los educadores tienen clara conciencia de su misión y los estudiantes se saben únicos e irrepetibles se respira un clima de alegría. Y es cierto: cuando un docente reconoce la importancia de su trabajo disfruta compartir sus conocimientos y respeta y quiere a sus alumnos, transpira optimismo y genera un clima que facilita el aprendizaje. Un profesor amargado, con “cara de tubo”, como se dice ahora, produce anticuerpos no solo en su contra, sino también en contra de la materia que se le ha encomendado desarrollar.
El segundo concepto, ligado al anterior, es el de la Obra Bien Hecha, la OBH, como decía él. Don Víctor decía que solo aquello que se hace con la mayor perfección humana posible llega a ser formativo para las personas. La chambonada, la chapuza, como dicen en España, no sirve para educar. Además, solo las cosas bien hechas producen satisfacción, alegría. Y es que el fin verdadero de la educación es la felicidad de la persona, que no nos queda duda alguna, y enseñarle a hacer bien las cosas contribuye a esa felicidad.