La Ventana de Overton, formulada por Joseph Overton, demuestra cómo lo impensable puede, con el tiempo, volverse aceptable e incluso legal. Basta observar cómo una sociedad podría, en etapas, normalizar el canibalismo: primero como ficción provocadora, luego como rareza cultural que merece “tolerancia”, después como derecho individual, y finalmente como una práctica legalizada. El cambio no ocurre de golpe, sino mediante pequeñas transiciones discursivas que diluyen la resistencia ética hasta hacerla desaparecer.
Esa transformación silenciosa también ocurre cuando dejamos de ver lo que nos aqueja con atención plena. Convertimos lo aberrante en paisaje: la corrupción, la impunidad, el pseudo-periodismo, la falta de ética y, lo que es aún más grave, una creciente falta de vergüenza. Esos puntos ciegos, al no ser confrontados, terminan colándose por la Ventana de Overton. Lo que antes escandalizaba hoy se celebra o se ignora. La decadencia se instala sin hacer ruido, hasta que un día la fractura social es irreversible.
Por ejemplo, el pseudo-periodismo disfraza propaganda como noticia o contribuye y alienta lo que puede ser un problema social; la corrupción ya no genera indignación, y la impunidad se percibe como parte del sistema, se aplaude a los sinvergüenzas y se compite exhibiéndose públicamente quien fue más corrupto en que período y en qué tiempo.
Todo esto va configurando una sociedad anestesiada, que ha perdido la capacidad de alarma. Mientras tanto, la educación, la salud, el empleo y los ingresos se deterioran, hasta que un día la presión contenida se convierte en explosión. Y no podemos olvidar otro punto ciego crucial: la producción de nuestros líderes políticos. Durante décadas, muchos no han surgido del compromiso con la justicia o el bien común, sino del cálculo, del oportunismo o del capricho de una cúpula desconectada. Ahora cosechamos lo que hemos permitido: una crisis de confianza en las instituciones, un desencanto profundo y el riesgo inminente de estallidos sociales.
No podemos seguir ignorando lo que nos incomoda. Despertar esos puntos ciegos exige participación, vigilancia y coraje ciudadano. Solo así cerraremos la ventana a la mediocridad y abriremos la puerta a una sociedad más justa, más lúcida y más digna de ser vivida.