En 1963, a raíz del golpe de Estado, el jefe militar golpista me llamó al cuartel para advertirme de que no anduviera en cosas de comunismo. En La Esperanza, los jóvenes no sabíamos nada de eso, pero el militar me increpó porque en el colegio dirigía un movimiento en contra del criminal golpe y yo no tenía nada que ver con comunismo.
Durante los 20 años de la dictadura militar que se caracterizó por represiva, perseguidora de quienes pensaban diferente y que escenificó innumerables actos de corrupción, represión y asesinatos mantuve una actitud de lucha por la restauración del gobierno electo por el pueblo en los diferentes medios de comunicación que me permitieron opinar. Yo, junto con muchísimos compatriotas, pugnaba por el respeto a la vida y el retorno de los militares a sus cuarteles.
Los regímenes civiles no aliviaron la situación, sobre todo el de ROSUCO, quien permitió a Álvarez Martínez cometer las fechorías más indignantes en contra del pueblo hondureño.
La presidencia de Manuel Zelaya se convirtió en una esperanza de cambio para nuestro país cuando emprendió el camino de exigir el respeto de la independencia y la soberanía nacionales y puso, como punto esencial de su agenda, la reivindicación de los pobres y la lucha contra la pobreza y la miseria, el analfabetismo y otras plagas sociales.
Tales medidas empujaron a otro golpe de Estado, también sanguinario, represivo, que terminó en la ligazón del Gobierno con los carteles del narcotráfico y una corrupción que salía por todos los poros del Gobierno.
En esta ocasión fuimos miles quienes salimos a las calles a protestar contra el golpe, en la lucha cayeron muchos mártires y quienes asistíamos a protestar o escribíamos condenando la tiranía en que se conducía el Gobierno nos poníamos en peligro de ser agredidos e incluso de perder nuestras vidas. Esa lucha desembocó en la fundación del Partido Libre, una institución que debía responder a los grandes anhelos populares de democracia auténtica, respeto a la independencia y la soberanía nacionales y la lucha en contra de las lacras que mantuvieron a Honduras hundida en la pobreza y la miseria durante más de doscientos años. La corrupción era una de las plagas que no queríamos volver a ver.
El pueblo derrotó a los golpistas y a los narcotraficantes en las urnas. Nacía una nueva esperanza en los hondureños que querían un gobierno de leyes, entregado a la solución de los graves problemas del pueblo: mejorar el sistema de salud, modernizar la educación; combatir el analfabetismo, la corrupción; fortalecer la productividad agrícola, artesanal e industrial y elevar progresivamente el nivel de vida de los olvidados de siempre. Y tener una relación con otros pueblos en plan de dignidad, de cooperación y no de pedigüeñismo.
La presidente Xiomara impulsó muchos de los puntos de su programa electoral. No todos, porque algunos no fueron posibles por las condiciones del país y de los contratos antipatriotas heredados de la dictadura y porque la oposición se empeñó en hacer boicot a muchas tareas y en desprestigiar la acción gubernamental.
Hizo obra importante y también acciones para superar la pobreza y la miseria, así como para impulsar la agricultura de los pequeños productores del campo para la sostenibilidad alimentaria y la exportación, sobre todo de café.
Pero soterradamente, asunto que todos hemos condenado, la corrupción comenzó a extender sus tentáculos y muchos que ostentan cargos políticos se sintieron atraídos por el manejo inadecuado de los fondos que el pueblo aporta para el desarrollo del país. A esto contribuyó la contratación de personajes que no cuentan con las capacidades necesarias para el desempeño de las funciones a las que fueron asignados. El asunto ha llegado a tal dimensión que se repartieron medallas a la garduña, se reconocieron como diplomáticos a quienes no cumplieron los requisitos que manda la ley (yo esperaba que muchos de lista a quienes consideraba dignos renunciaran), se diseñaron los redondeles más estrafalarios que yo haya visto, se publican libros con errores ortográficos en las portadas y sin el cumplimiento de las normas de Cerlac y nos dijo que se distribuía dinero para obras, pero pareciera fue a parar en los bolsillos de quienes administraban estos fondos.
Doña Rixi Moncada nos debe un compromiso esencial: emitir un documento en el que se comprometa firmemente a no tolerar más la corrupción porque ese camino extraviado no es por el cual aspirábamos a conducirnos quienes fuimos a las calles por una Honduras mejor. No queremos volver al pasado.
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