Capacidad competitiva

En los periódicos, las estrellas deportivas no cedían espacio para que los delincuentes fueran los “ejemplos” orientadores de las nuevas generaciones.

No solo nos dejamos ganar de Nicaragua, sino que en general somos los menos competitivos de Centroamérica. No solo en deporte, que es lo obvio, sino que además en otros campos: en la producción, presencia en los mercados, en el mundo intelectual, libros publicados, patentes registradas e incluso en la farándula.

Hace algunos años había campeonato de béisbol, softball, basquetbol, motociclismo, ciclismo, natación, atletismo, ajedrez y otros deportes. Las competencias entre los grandes colegios de Tegucigalpa: San Miguel, San Francisco y la Escuela América eran legendarias.

En los periódicos, las estrellas deportivas no cedían espacio para que los delincuentes fueran los “ejemplos” orientadores de las nuevas generaciones. Ni siquiera hemos restaurado el Gimnasio Nacional.

En la música, después de Moisés Canelo, Anderson, Reynot y los Laboriel, no hemos tenido figuras que iluminen los escenarios mundiales. En poesía y novela, nuestros escritores tienen pocos logros, y después de Roberto Sosa, el más premiado, no hemos tenido sino bufones que creen que basta con unos pocos tragos para ensillar a las musas y hacerlas caracolear frente al viento.

Apenas nos quedan los jugadores de fútbol, que son las titilantes estrellas que cuando se apagan o duermen se dejan ganar incluso de equipos poco competitivos. Y Dubón, en las grandes ligas.

Nada es accidental. Todo tiene su causa. Tenemos un castigo de lo no competitivo en la vida familiar. La sociedad ha agachado la cabeza de tal manera que nadie quiere esforzarse y destacarse, ya que sabe que de repente en vez de premios y felicitaciones recibirá ofensas y descalificaciones.

Perversos maestros del mal han dicho que es defecto capitalista competir. Los hechos mundiales dicen lo contrario. Todo mundo compite con los otros e, incluso, en contra de sí mismos. Nadie se hace si no prueba que tomando todo lo que tiene adentro, prueba sus fuerzas en el escenario colectivo, corriendo al lado del otro y adelantándose.

Hace unos años para quedar bien con algunos -como ahora- se ofrece premiar a los que no pagan sus deudas, dándoles oportunidades de engañar a los prestamistas- se redujo el índice para pasar una materia. A alguien se le ocurrió que los niños, al margen de sus debilidades, se les promovería del primero hasta el tercer grado. Y en las universidades se ha suprimido, de forma oblicua, el examen para que cada uno ponga lo mejor y de resultados que le honren.

Como resultado nos hemos engañado con egresados de altas calificaciones, que son un fracaso como profesionales, porque en el fondo han participado en un engaño en donde al final las víctimas son los premiados.

Hay que entender que la vida humana es lucha permanente contra los elementos. La tierra no es fraterna. El sol no siempre es una bendición. Las aguas y los vientos cortan vidas, destruyen bienes y estructuras comunicacionales. La vida no es un paseo, sino que una lucha contra todo. Hay más fuerzas para el fracaso que factores para el triunfo.

Por ello triunfan los mejores. A estos hay que celebrarlos y premiarlos. No celebrar la mediocridad.

Hay que cuestionarnos y valorar los resultados. El que Nicaragua nos gane un partido importante debe preocuparnos. Pero no solo eso. Hay que competir con salvadoreños, guatemaltecos y ticos para producir más y vender más que ellos.

Es necesario darnos cuenta de que nada es gratis; debemos trabajar. Cuando nos ayudan, nos ofenden, exigiéndonos pagos elevados.

Por ello, cada uno debe hacer esfuerzo; competir con los otros y buscar en la recta final ocupar los primeros lugares. De lo contrario, estamos llamados al fracaso, que no es otra cosa más que la muerte anticipada. De nosotros y de Honduras.

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