El acné en mujeres adultas, una condición que afecta a un número creciente de personas, ha sido objeto de análisis exhaustivo por parte de especialistas en dermatología y endocrinología.
Según un informe del Instituto Nacional de Salud (NIH), esta afección, que puede persistir desde la adolescencia o aparecer por primera vez en la adultez, tiene un impacto en la calidad de vida de las pacientes, tanto a nivel físico como psicológico.
Los expertos destacan que factores genéticos, hormonales y ambientales contribuyen a su desarrollo, lo que hace que su manejo sea más complejo que el del acné juvenil.
De acuerdo con el NIH, el acné en mujeres mayores de 25 años se clasifica en tres tipos principales: persistente, tardío y recurrente.
El acné persistente es el más común y se caracteriza por continuar desde la adolescencia, mientras que el tardío aparece por primera vez en la adultez, frecuentemente asociado a cambios hormonales como el hiperandrogenismo.
Por otro lado, el acné recurrente se presenta tras un periodo de remisión desde la adolescencia.
Características clínicas y distribución del acné en mujeres adultas
El NIH detalla que las lesiones de acné en mujeres adultas suelen localizarse en la parte inferior del rostro, incluyendo la región mandibular, el mentón y la zona perioral, formando un patrón en forma de “U”.
Estas lesiones son predominantemente inflamatorias, con pápulas y pústulas de intensidad leve a moderada, y en algunos casos, pueden dejar cicatrices permanentes en hasta el 20% de las pacientes.
Además, la piel de las mujeres adultas tiende a ser más sensible, lo que limita la tolerancia a ciertos tratamientos tópicos.
Un estudio publicado en la revista Nature amplía esta información, señalando que, aunque el acné en adolescentes y adultos comparte ciertas similitudes, existen diferencias notables en su distribución y características.
En adultos, las lesiones suelen concentrarse en las mejillas y la mandíbula, mientras que en adolescentes es más común en la frente y el tronco.
Factores hormonales y su influencia en el acné adulto
El papel de las hormonas en el desarrollo del acné adulto es ampliamente reconocido.
Según el NIH, los andrógenos como la testosterona y la dihidrotestosterona (DHT) estimulan las glándulas sebáceas, aumentando la producción de sebo y favoreciendo la formación de lesiones.
Además, las fluctuaciones hormonales relacionadas con el ciclo menstrual, el embarazo, la menopausia y el uso de anticonceptivos con progestina también pueden desencadenar o agravar el acné.
Un informe de la American Academy of Dermatology Association destaca que el estrés también desempeña un papel crucial, ya que incrementa la producción de andrógenos, exacerbando los brotes.

Dieta y otros factores ambientales
La relación entre la dieta y el acné ha sido objeto de numerosos estudios.
Según un análisis publicado en la revista JAMA, el consumo de productos lácteos, alimentos ricos en grasas y azúcares, y bebidas azucaradas está asociado con un mayor riesgo de acné en adultos.
Este patrón dietético, característico de la dieta occidental, eleva los niveles de insulina y del factor de crecimiento similar a la insulina tipo 1 (IGF-1), lo que estimula la producción de sebo y la inflamación cutánea.
Por otro lado, el estudio de Nature señala que el uso prolongado de mascarillas durante la pandemia de COVID-19 exacerbó los casos de acné, especialmente en adolescentes.
El aumento de la temperatura y la humedad bajo el barbijo, combinado con la fricción mecánica, contribuyó al deterioro de la barrera cutánea y al bloqueo de los folículos pilosos.