La creencia de que quienes no sienten afinidad por los perros carecen de empatía se extendió en el imaginario social. La psicología, sin embargo, ofrece una perspectiva distinta y desmonta ese prejuicio.
De acuerdo con la especialista Olga Albaladejo, consultada por CuerpoMente y diversos estudios científicos, la falta de interés hacia los perros no confirma insensibilidad; más bien, revela la diversidad de factores personales que intervienen en la relación con los animales.
El estigma hacia quienes no comparten el entusiasmo por los perros suele nacer de la idea de que la ausencia de conexión con estos animales evidencia una supuesta carencia emocional. Albaladejo sostiene que este juicio es infundado y existen razones legítimas para no disfrutar de la compañía canina.
“No te gusten los perros no significa automáticamente que seas ‘frío’ o ‘antipático’”, explicó la psicóloga en entrevista con CuerpoMente. En tanto, diversas investigaciones publicadas en revistas científicas internacionales coinciden en que la variedad de motivos personales detrás de este comportamiento responde a factores legítimos, alejados de cualquier déficit emocional.
Entre los motivos habituales, la experta menciona experiencias negativas en la infancia, como mordeduras o sustos, estilos de apego reservados, hipersensibilidad a los ruidos o a los movimientos impredecibles, e incluso la falta de tiempo o energía para asumir los cuidados que exige un perro. Incluso, pueden aparecer fobias específicas hacia animales.
La decisión de no convivir con perros responde a motivos diversos que no implican ninguna deficiencia empática.
“Que alguien no quiera convivir con perros puede deberse a múltiples factores y no tiene por qué revelar ninguna carencia emocional”, sostiene Albaladejo, quien puntualiza que la empatía y la fiabilidad se construyen sobre los vínculos humanos, más allá de la afinidad hacia una especie animal. En su experiencia profesional, la psicóloga identificó diferentes perfiles entre quienes no sienten interés por los perros.
Destacan las personas estructuradas y autoexigentes, que prefieren entornos previsibles y perciben a los perros como animales caóticos; aquellas con un estilo evitativo, que se sienten invadidas por la intensidad afectiva del animal; y quienes presentan una sensibilidad sensorial alta o neurodivergencia, para quienes el ruido, el pelo o el movimiento de los perros resultan incómodos.
Estos perfiles, señala Albaladejo, constituyen diferencias personales legítimas y no deficiencias emocionales.