Yeni Canales, una mujer hondureña de espíritu incansable, conoció de cerca lo que significa dejarlo todo atrás por un mejor porvenir. En 2017, impulsada por la violencia, la falta de oportunidades laborales y los conflictos familiares, tomó una de las decisiones más difíciles de su vida, migrar hacia los Estados Unidos con la esperanza de alcanzar el tan anhelado "sueño americano".
Pero como miles de compatriotas, la realidad fue otra, la ruta migratoria le mostró su lado más duro, haciéndola dormir en el suelo y trabajar en condiciones precarias, lo que le impidió llegar a los Estados Unidos.
Residente de la colonia Cerrito Lindo, en el sector Rivera Hernández de San Pedro Sula, Yeni partió con una mochila cargada de ilusiones y un corazón esperanzado.
Escapando de la violencia
“El primer motivo para irme fue la violencia en mi colonia. A eso se sumaron problemas familiares y la falta de fuentes de empleo. Busqué trabajo en varios lugares y no encontraba un sustento fijo para mi familia”, recuerda.
La exclusión laboral que enfrentan muchas personas en Honduras por su edad fue otro obstáculo que empujó a Yeni fuera del país. A pesar de contar con experiencia, la barrera invisible de los años se convirtió en una sentencia silenciosa.
“Llevé papeles a varias empresas y siempre me decían que buscaban personas jóvenes. Todo eso desmotiva. Sentís que no valés”, lamenta.
Fue entonces cuando decidió emprender la travesía hacia el norte. Tras varios días de viaje, llegó a Puebla, México, en un momento particularmente crítico.
Un terremoto sacudió la región y puso en evidencia la fragilidad de su situación. “Pensé que podía morir. Me dije a mí misma que si iba a morir, prefería que fuera en mi tierra y no en un lugar desconocido”, comparte con la voz entrecortada.
Durante su estancia en México, Yeni se enfrentó a una realidad aún más dura. Trabajó en lo que pudo como limpiezas, ventas, labores domésticas. Vivió en condiciones indignas, durmiendo muchas veces en el suelo.
Discriminación en México
“Es frustrante hacer tanto sacrificio y no lograr los sueños. En México, los trabajos son mal pagados y no ajusta. Los patronos amenazan con llamar a la Policía si uno reclama algo. Vi muchas hondureñas en mi misma situación, haciendo trabajos que en nuestro país jamás haríamos”, cuenta con pesar.
El regreso a Honduras no fue fácil, pero se convirtió en un nuevo comienzo. Hoy, gracias al apoyo de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), a través del programa Mujeres en Acción, Yeni ha recibido capital semilla para emprender su propio negocio.
Este proyecto busca empoderar a mujeres migrantes retornadas, brindándoles herramientas para reinsertarse en la economía local y recuperar su dignidad. Yeni ahora trabaja en su emprendimiento con el mismo esfuerzo con el que cruzó fronteras, esta vez apostando por un futuro posible desde su tierra natal.
“Quizás no logré el sueño americano, pero ahora estoy construyendo mi propio sueño hondureño”, concluye Yeni con una sonrisa que encierra lucha, dolor, y sobre todo, esperanza.