En una acogedora sala de barrio Los Andes, rodeada de óleos y fotografías, Héctor Manuel Borjas, un patepluma de corazón sampedrano, ha reencontrado su pasión por el arte, ese que una vez lo llevó a conocer al amor de su vida y formar una familia.
A sus 70 años, este emprendedor originario de Concepción del Norte, Santa Bárbara, ha decidido empuñar el pincel con la misma entrega que en su juventud, cuando la espátula y los colores eran su refugio y los paisajes costeros su lenguaje.
Creció en una pequeña aldea, en una familia dedicada a la agricultura y de niño recuerda recoger piedras de laja para tallar paisajes naturales, héroes y símbolos nacionales como pasatiempo.
A los 15 años llegó a San Pedro Sula en busca de mejores oportunidades. Poco tiempo después, logró encontrar empleo durante el día y estudiar por las noches.
Un par de años más tarde, al recibir sus primeras prestaciones laborales, en lugar de buscar otro empleo, decidió comprar tubos de pintura y espátulas, siguiendo su sueño de convertirse en pintor.
Borjas compartió que al principio no obtuvo los resultados que esperaba, debido a que no había recibido formación previa, por lo que comenzó a leer libros sobre artistas famosos y técnicas de pintura hasta que logró dominarlas y vender sus primeros cuadros.
Fue justamente su arte el que lo llevó a conocer a su esposa, Rosibel Paredes, quien trabajaba en un conocido banco de la ciudad al que él llegaba a ofrecer las pinturas.
“Me conquistó con sus cuadros”, dijo Paredes entre risas, al recordar a aquel “muchacho soñador, responsable y de buenos valores” que le robó el corazón.
En 1981 la invitó a su primera exposición en el Centro Cultural Sampedrano, la cual quedó registrada en las páginas de este diario. Y, un año después, contrajeron matrimonio y procrearon una hija.
Borjas recuerda que, en ese tiempo, los cuadros solían venderse a un precio máximo de L200, por lo que tomó la decisión de poner en pausa la pintura para buscar un empleo fijo y brindarle una mejor calidad de vida a su familia.
Trabajó durante tres años en el área de ventas de varias empresas, hasta que en 1985 renunció para emprender un pequeño negocio de productos para mantenimiento de piscinas y con el tiempo desarrolló sus propias fórmulas para expandir el catálogo.
La calidad de los productos y el trato cálido le permitieron ganarse la confianza de sus clientes, por lo que el negocio fue creciendo con los años, mientras que los tubos de pintura y espátulas tuvieron que seguir guardados en algún lugar de la bodega.
Fue hasta 2025, cuando su compañera de vida lo invitó a un taller de pintura de bolsos —una práctica que se ha vuelto muy popular entre los sampedranos— que volvió a retomar la pintura. Solo que esta vez se aventuró en el mundo de la pintura acrílica.
En solo unos meses ha creado cinco cuadros que ahora reposan en la sala y dormitorio de su casa, junto al bolso con palmeras que su esposa mandó a marcar, como símbolo o recordatorio de que el talento y el arte pueden dormir, pero nunca mueren, superando la barrera del tiempo.
Ahora, Héctor Borjas pasa parte de su tiempo frente a un caballete en la sala de su casa, pintando hermosos paisajes que le traen calma en medio del ajetreo diario, mientras su esposa lo asiste y observa con admiración.
Borjas adelantó que seguirá pintando, con la esperanza de día realizar una nueva exposición donde pueda compartir su arte con su familia, amigos y las nuevas generaciones de artistas.