"Romperé la maldición familiar y me graduaré": historias de los que estudian y trabajan

Trabajar y estudiar al mismo tiempo de forma acumulada y sostenida es una bomba de tiempo: el cuerpo no resistirá más y la mente se quebrará, sin embargo, no hay triunfos sin sacrificios

Romperé la maldición familiar y me graduaré: historias de los que estudian y trabajan
  • 23 de mayo de 2025 a las 23:57 /
San Pedro Sula, Honduras

​​La vida universitaria no siempre está hecha de bibliotecas tranquilas, cafeterías abiertas y tiempo libre. Para Jafed, Esther y José, tres jóvenes hondureños, el camino hacia un título universitario es una lucha diaria contra el reloj, la fatiga, la economía limitada y los desafíos de ser estudiante-trabajador.

Ellos no se conocen entre sí, pero si algo tienen en común es la determinación inquebrantable de cambiar su destino y el de sus familias.

Entre largas jornadas laborales, transporte limitado, responsabilidades familiares y el cansancio que provoca no descansar ni un solo día, miles de hondureños se aferran a un sueño que parece complejo en medio del alto costo de la vida y los bajos niveles de empleabilidad.

Jafed Betanco tiene 21 años y vive en Las Marías, una aldea de El Corpus, Choluteca. Se levanta todos los días a las 5:00 de la mañana, toma el bus y recorre un largo trayecto para llegar a su trabajo en una abarrotería, donde cumple un turno de 12 horas; es decir, de 6:30 am a 6:30 pm.

Labora en servicio al cliente y limpieza, pero su jornada apenas empieza, a las 6:00 pm entra a clases en la Universidad Cristiana Evangélica Nuevo Milenio (Ucenm), donde estudia Derecho desde el año 2022.

Sale de la universidad hasta las 9:00 pm y cursa actualmente seis clases, de las cuales cinco son virtuales y una presencial, debido a la gran distancia que existe entre su trabajo y el centro universitario.

“Desde pequeño quise ser abogado, es mi sueño, y aunque trabajo todo el día, cuando sé que tendré una clase que me aportará como profesional, me da ánimo”, contó con una sonrisa de esperanza.

Jafed corre entre clases y turnos, demostrando que los sueños no se detienen aunque el reloj no alcance.

Jafed no tiene una beca y su carrera solo está disponible en universidades privadas. Por asistir a una iglesia evangélica recibe un pequeño descuento en su mensualidad, pero aún así paga 3,150 lempiras al mes, mientras que su salario apenas alcanza los 6,000 lempiras, y con eso sostiene su educación.

“A veces me preguntan por qué estudio si no hay trabajo, pero creo que sí lo habrá para mí”, afirmó convencido. Su meta es ser el primero de su familia en tener un título universitario. "En mi familia nadie se ha graduado a nivel superior, quiero romper ese ciclo de maldición, quiero ser el primero en tener un título universitario en mi familia, somos cinco hermanos y soy el menor de todos", agregó, con convicción.

El cansancio es diario, las noches terminan pasada la medianoche por tareas, y la comida llega hasta las 10 pm, aún así no se detiene. “Trabajo a diario y estudio de jueves a domingos, mismos días cuando tengo clases, prácticamente no descanso, solo cuando termina el período académico”, explicó.

Sus padres, su fe en Dios y el deseo de romper el ciclo de no contar con profesionales en su familia lo mantienen firme a mitad de la carrera. “Es un gran impacto estudiar y trabajar al mismo tiempo, hay dudas, paso de pie de seis a seis, con mucho estrés y cansancio, pero con disciplina todo se puede. Quiero que los jóvenes sepan que, aunque no haya recursos, sí se puede lograr una carrera universitaria”, reflexionó.

Esther entra a clases después de su turno de trabajo de día. El cansancio es real, pero sus metas también.

A sus 29 años, Esther Suyapa Corea Domínguez vive en Comayagua y estudia Administración y Generación de Empresas en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (Unah). Esta carrera se basa en varios ejes: emprendimiento, contabilidad, administración y mercadeo.

Comenzó sus estudios en 2018 y, tras cuatro años y medio de formación, espera culminar su carrera durante los primeros meses del próximo año.

Es madre de una niña de nueve años y un niño de tres. Trabaja en el área de caja y administración de una empresa de repuestos, de 8:00 am a 5:00 pm, y cada tarde corre a la universidad para asistir a clases de 5:00 a 9:00 pm.

“Es toda una aventura”, dijo entre risas. “Salgo del trabajo y enfrento tráfico, lluvia, hambre y estrés. Las cafeterías cierran temprano, y como madre uno también debe cumplir en casa", apuntó.

Su motivación surgió al descubrir que, aunque era bachiller, tenía habilidades administrativas que podía potenciar. “Este mundo era desconocido para mí, pero me apasionó, ahora quiero seguir hasta una maestría y emprender mi negocio”, resaltó.

Uno de los mayores retos que enfrentan como grupo de estudiantes, según relató, es lograr que se habiliten suficientes asignaturas en la jornada nocturna. “A veces tenemos que hacer censos porque no hay mucha matrícula en Comayagua, y eso retrasa nuestro avance”, comentó. Actualmente cursa cinco clases presenciales de lunes a viernes.

Las consecuencias de su esfuerzo son reales: “He tenido ansiedad, estrés, bajadas y subidas de peso, incluso momentos de depresión, pero aquí sigo. Me acuesto a la 1:00 am y me levanto a las 5:00 am., pero vale la pena”, subrayó.

Esther concluyó que, aunque ha lidiado constantemente con problemas crónicos de salud mental y física —principalmente a causa de la carga académica—, es necesario seguir adelante y luchar por alcanzar su sueño.

Esther cree que la preparación académica puede marcar la diferencia en un negocio. “No es lo mismo emprender desde la ignorancia, esta carrera me ha enseñado que se pueden evitar pérdidas o cierres si uno se prepara bien, por eso mi meta es generar empleo, no solo para mí, sino también para otros”, destacó.

Una vez graduada, aspira a continuar con una maestría. Aunque reconoce que mantener la motivación no siempre es fácil y que hay momentos en los que dan ganas de rendirse, al final confirma que todo el esfuerzo vale la pena.

José divide su tiempo entre la universidad, su trabajo en una financiera y su labor como árbitro. Él no se rinde, porque sabe lo que quiere.

Desde San Manuel, en el municipio de Colohete, Lempira, Adonay Mateo Pérez, de 27 años, ha trazado una doble ruta hacia sus sueños.

Vive en Choloma y desde hace cuatro años estudia la Licenciatura en Periodismo en la Unah Cortés, en San Pedro Sula. Al mismo tiempo, trabaja como asesor de créditos en una financiera y se entrena como árbitro profesional. De lunes a viernes cumple una jornada laboral de 8:00 am a 5:00 pm, asiste a entrenamientos a partir de las 6:00 pm y continúa con clases nocturnas hasta las 9:00 pm.

“Soy árbitro de segunda división, quiero llegar a primera y competir por un gafete Fifa”, confesó. Entrenar exige sacrificio físico y mental, sus días terminan a la 1:00 de la madrugada y comienzan a las 6:00 de la mañana. “Lucho contra el cansancio, el tráfico y el estrés, mientras mis amigos salen a fiestas los fines de semana, yo hago tareas”, dijo, con entusiasmo.

Los sábados trabaja hasta el mediodía y por la tarde dirige partidos, al igual que los domingos. Entre sus principales retos se encuentran llegar a tiempo a clases en su recorrido diario en motocicleta, el cansancio acumulado y el estrés que le genera su trabajo.

A pesar de las dificultades económicas, José visualiza un futuro en los medios deportivos. “Quiero trabajar en periodismo deportivo, combinar mis pasiones, todo requiere esfuerzo, pero sé que puedo lograrlo", manifestó.

“Cuando llego a casa termino completamente agotado. Sé que necesito descansar y lo único que deseo es quedarme dormido, pero ni modo, hay que seguir, incluso con los problemas económicos y el estrés a cuestas”, concluyó.

Sobrecargados

Aunque el esfuerzo de estos tres jóvenes es admirable y su sacrificio parece dar frutos, especialistas en salud mental consultados por LA PRENSA Premium alertaron que, sin equilibrio, la lucha por un sueño puede convertirse en una amenaza silenciosa para su bienestar emocional.

Dormir mal no es solo una molestia pasajera, sino una amenaza seria para la memoria, el aprendizaje, la salud emocional y el rendimiento académico y laboral. Así lo advierte la máster internacional en neuropsicología clínica, de nacionalidad brasileña, Emanuelle de Melo Araujo, quien ha estudiado a fondo los efectos de la privación del sueño en el cerebro.

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“Muchas personas comienzan a preguntarse por qué ya no aprenden ni recuerdan como antes, la respuesta es sencilla, el cerebro no está cumpliendo sus etapas de descanso”, explicó.

La falta de sueño interrumpe el proceso natural de consolidación de la memoria, aunque el cerebro logre adquirir información durante el día, si no se duerme adecuadamente, esa información no se fija y se pierde rápidamente, esto afecta directamente la capacidad de aprender y retener conocimientos.

Además, las personas que desempeñan múltiples funciones al mismo tiempo, como estudiar, trabajar y cumplir con responsabilidades familiares, experimentan lo que la experta denomina como "apagones mentales", breves lapsos en los que el cerebro se desconecta para obligar al cuerpo a descansar. Estos episodios se manifiestan como olvidos constantes, pérdida de concentración o distracción frecuente.

“Nos han hecho creer que hacer muchas cosas a la vez es productivo, pero el cerebro no está programado para la multitarea”, señaló Araujo. Aunque se puede lograr realizar varias tareas similares, como redactar un informe mientras se responde correos o mensajes, esto no significa que se haga de forma eficiente.

El cerebro tiende a ahorrar energía, y cuando se ve obligado a un sobreesfuerzo constante, comienzan los bloqueos mentales, el agotamiento y la disminución del rendimiento.

No dormir adecuadamente también impacta las emociones, las personas se vuelven más reactivas, sensible e incluso agresivas. “Lo que antes manejaban con tranquilidad, ahora genera explosiones emocionales”, dijo. Este desbalance no solo afecta el entorno personal y social, sino que puede traducirse en bajo rendimiento laboral y académico.

En casos más graves puede derivar en trastornos emocionales como ansiedad crónica, depresión o problemas severos de memoria. “Muchos comienzan a olvidar cosas básicas, como dónde dejaron la billetera o lo que acaban de decir, y no siempre es una falta de vitaminas, muchas veces es estrés acumulado y falta de sueño”, advirtió.

Araujo reconoció que para muchos jóvenes en Honduras la realidad universitaria implica estudiar y trabajar simultáneamente. Aunque algunos lo logran, no todos tienen el privilegio de contar con el apoyo económico familiar, lo que aumenta la presión y el agotamiento.

“Desde que ingresan a la universidad, sobre todo en los primeros seis meses, ya se notan los efectos, como cambios de humor, bajo rendimiento académico, aislamiento social, autocuestionamiento, melancolía o agresividad".

Entre los signos más frecuentes que indican que una persona está siendo afectada por este ritmo acelerado son: apagones mentales y olvido frecuente, cambios bruscos de humor, irritabilidad y sensibilidad extrema, disminución del rendimiento en estudios o trabajo, aislamiento social y sentimientos de inutilidad.

La especialista recomendó adoptar hábitos de higiene del sueño, como alimentarse de forma saludable y evitar productos procesados, dormir lo más posible durante los fines de semana si no se puede durante la semana, desconectar aparatos electrónicos antes de dormir, mantener la habitación lo más oscura y fresca posible, usar edredones pesados para inducir relajación y buscar ayuda psicológica profesional.

“No basta con leer un libro de autoayuda, a veces es necesario acudir a un psicólogo”, enfatizó Araujo. Según su análisis, en los próximos años, los dos problemas más comunes en adultos hondureños serán el síndrome del impostor —creer que no son lo suficientemente buenos o que son un fraude— y la agresividad social, que les impide convivir adecuadamente con los demás. Esto los lleva a perder empleos, aislarse y sentirse incapaces.

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Ser conscientes con nuestras debilidades no nos hace menos inútiles, decir no puedo tras múltiples intentos no es de cobardes": Dulce María Ponce, psicóloga

En consonancia con esta teoría, la psicóloga Dulce María Ponce advirtió que esta doble carga no es sostenible sin consecuencias. El estrés crónico, la ansiedad generalizada, la irritabilidad y el agotamiento emocional son apenas algunos de los efectos más comunes entre quienes pasan años combinando largas jornadas laborales con clases nocturnas.

Este ritmo de vida, señaló Ponce, impacta directamente en el estado de ánimo, donde la tristeza, la apatía y los cambios bruscos de humor son frecuentes, así como episodios de ansiedad o depresión. La falta de descanso y tiempo personal deteriora el bienestar emocional al punto de que algunos jóvenes terminan refugiándose en actividades ilícitas, buscando evadir la presión interna.

“La autoestima también sufre”, especificó. La constante comparación con otros que “parecen llevarlo mejor” y las expectativas de familiares y amigos se convierten en una carga extra. La motivación académica decae frente al agotamiento físico y mental, y aparece un pensamiento recurrente, el del abandono.

Una de las consecuencias más visibles es el bajo rendimiento académico, pues la falta de sueño afecta la atención, la memoria y la capacidad de resolver problemas. “El eje intestino-cerebro, una conexión entre el sistema nervioso central y el tracto digestivo, explica por qué también se presentan trastornos digestivos relacionados con el estrés académico”, añadió la especialista.

Además del desgaste mental, la salud física se ve comprometida, tales como fatiga crónica, dolores de cabeza, debilitamiento del sistema inmunológico, alteraciones hormonales y riesgo elevado de enfermedades cardiovasculares y metabólicas. Estas son solo algunas de las consecuencias de una vida sin descanso ni alimentación adecuada.

A largo plazo, los efectos son todavía más alarmantes, como trastorno de ansiedad, agotamiento crónico, hipertensión, gastritis crónica y el conocido síndrome de burnout. Incluso puede desarrollarse una relación disfuncional con el trabajo, donde la persona es incapaz de descansar sin sentir culpa.

“Muchos de estos jóvenes, ya en la vida adulta, se convierten en personas hipervigilantes e incapaces de relajarse, sienten culpa por no estar produciendo constantemente, lo que afecta sus relaciones personales y su calidad de vida”, afirmó Ponce.

Este patrón, dijo, es común en adultos mayores que, aún tras jubilarse, no pueden quedarse quietos. “Se normaliza el estar siempre ocupados, como si descansar fuera un lujo o una pérdida de tiempo”, manifestó.

Entre las señales de alarma que no deben ignorarse están los cambios en el apetito, el llanto frecuente, pensamientos negativos persistentes, irritabilidad excesiva, aislamiento social, fatiga constante y la pérdida de motivación. “Curiosamente, muchos estudiantes saben identificar estos síntomas, pero los ignoran hasta que es demasiado tarde”, lamentó.

Frente a este panorama, la psicóloga recomendó una serie de acciones para lograr equilibrio: Establecer horarios de descanso, incluso si se trata de siestas breves (no mayores a 30 minutos), priorizar tareas y evitar la sobrecarga, comer de manera balanceada y no sustituir las comidas por productos ultraprocesados, incorporar momentos de desconexión como el yoga o el mindfulness, buscar apoyo emocional en amigos, familiares o psicoterapia; aprender a conocerse, descubrir gustos personales y construir una identidad auténtica.

A quienes apenas comienzan esta vida de doble jornada, Ponce les envió un mensaje: “Reconozcan su esfuerzo, pero también su humanidad, no son máquinas, está bien querer superarse, pero no a costa de su salud física y emocional”.

Y si bien es posible mantener este ritmo por un tiempo, siempre se paga un precio. “El cuerpo y la mente pueden aguantar por un período, pero tarde o temprano aparecen señales de desgaste, lo importante es no ignorarlas y actuar antes de que sea demasiado tarde”, apuntó.

De acuerdo con sus estimaciones, siete u ocho de cada 10 estudiantes que viven esta rutina por años desarrollan consecuencias físicas o emocionales. Entre ellas destacan la fatiga crónica, insomnio, dolores musculares, problemas digestivos, ansiedad, tristeza persistente y pérdida de interés.

Todos en riesgo

Mientras algunos en la ciudad descansan con la llegada de la noche, para muchos otros apenas comienza su segunda jornada. Son hondureños que lo apuestan todo, trabajan turnos dobles, enfrentan largas noches laborales y, pese al cansancio, se sientan frente a una pantalla o en un pupitre con la firme convicción de alcanzar un título universitario y construir una vida mejor.

En Honduras, las universidades ofrecen pocas opciones de horarios flexibles y el transporte público es limitado, especialmente de noche, la carga académica tampoco se adapta a quienes tienen dobles responsabilidades.

De acuerdo con datos oficiales de la Unah, las carreras más demandas entre los hondureños durante los últimos años han sido Informática Administrativa, Contaduría Pública y Finanzas, Administración y Generación de Empresas, Pedagogía y Ciencias de la Educación, y Derecho.

Estas carreras son teóricas, pero también requieren aplicación práctica constante. En muchas de ellas, los estudiantes trabajan en campos similares al que estudian, lo que genera una doble carga cognitiva, como aprender y ejecutar al mismo tiempo. Por ser carreras populares suelen tener aulas sobrepobladas, menor acompañamiento docente personalizado y más competencia académica, lo que incrementa la presión.

En el período comprendido entre 2016 y 2023, según datos proporcionados por Educación Superior, un total de 189,639 hondureños se graduaron en las diferentes universidades.

La Unah fue la institución con el mayor número de graduados, con 67,149, esto representa aproximadamente el 35.4% del total de egresados en el país durante este lapso. La Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán se posicionó en segundo lugar con 44,176 graduados, representando el 23.3% del total.

La mayoría de los grados correspondían a licenciaturas, con 157,257 títulos otorgados, lo que representó aproximadamente el 82.9% del total, seguido de técnicos universitarios, maestrías y otros.

El Instituto Nacional de Estadística (INE), en su informe a junio del año pasado, señaló una cantidad considerable de jóvenes desocupados con niveles educativos medio y superior.

Del total de jóvenes desocupados, el 39.1% contaba con educación media y el 17.4% con educación superior, lo que evidenció que, pese a sus niveles de formación, muchos enfrentaban dificultades para insertarse en el mercado laboral. En contraste, solo el 13.1% de los jóvenes ocupados (entre 15 y 30 años) había alcanzado el nivel de educación superior.

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Ariel Trigueros
Ariel Trigueros
jerson.trigueros@laprensa.hn

Reportero multimedia e investigador en LA PRENSA. Más de 10 años en medios. Licenciado en Periodismo (UNAH), máster en Comunicación (UEA) y docente universitario.