La paz es un camino de desprendimiento de nuestro ego altanero y soberbio que agrede con palabras, indiferencias, intrigas, hipocresía y traiciones.
La paz es fruto del control de mis emociones más dañinas y el proceso de sublimación de energías ocultas, que nacen de lo primitivo mío y que buscan como un volcán hacer erupción.
La paz es la reconciliación de mis fuerzas positivas y negativas, fundidas en el fuego de los altos hornos de mi pasión por un mundo mejor.
Es el reencuentro consciente de mi espíritu que busca crecer con todo lo que tiene mi mente, mis sentimientos, emociones e instintos, moldeado todo en un proceso que nunca acaba en el que me hago más conciencia, más espíritu, más divino sin dejar de ser humano.
La paz es entonces conectar con el Verbo hecho carne, modelo perfecto de unión, en ese caso en un solo yo divino con dos naturalezas, y desde ahí intentar en todo momento hacer que mi espíritu y materia se entiendan y se hagan uno.
La paz no es un estado quieto, sin lucha y sin novedad, sino la fuerza interna del amor buscando verterse como un río caudaloso en el mar de la humanidad, para hacerse parte de un todo, en el que Dios sostiene lo creado siendo su fuente y vida.
Por lo tanto, es movimiento, camino, intentos fallidos, rutas que reemprender, obstáculos que superar, acciones que no siempre terminan bien, un seguir y seguir, buscando hacer sentir en la historia mi presencia positiva, dejando una huella, necesaria para que el mundo siga su proceso ascendente.
Así pues, la paz es lucha, combate, inquietud y hasta angustia, de hacerme más persona, más creativo, más fuerte y humano, haciendo de mi vida una luz y esperanza, un peldaño para que otros suban, un puente para que otros crucen, un pedazo de pan para que otros se alimenten.
Eso es la paz, la satisfacción de hacer algo que valga la pena, el llegar a mi centro, conocerme a mí mismo, sentirme a gusto sabiendo que mi vida tiene sentido, buscando así el equilibrio perdido, la armonía añorada, el estar bien conmigo mismo, el saber que soy alguien para algunos o muchos, sobre todo, que soy alabanza de la gloria de aquél que ES SIEMPRE EL QUE ES, SIEMPRE EL MISMO.
La paz es descansar en los brazos divinos de Aquél, mi Padre y Señor, que me invitó a abandonarme en Él y dejarme mecer como un niño pequeño, confiando en su omnipotencia y misericordia. La paz es confianza, fe a toda prueba, camino seguro en medio de tribulaciones y peligros, certeza de que al final el bien triunfará sobre el mal.
La paz es desear lo mejor al que es mi contrario, perdonar hasta setenta veces siete y por eso cultivar la tan necesaria compasión al que vive arrastrado en su miseria humana y que me ha hecho daño; es orar y bendecir al que me ha odiado y buscar hacer el bien a aquél que dice ser mi enemigo.
La paz es romper los muros que nos dividen, hacerse uno con los que están al otro lado de mis creencias y hacer un diálogo sincero respetando lo que otros dicen, asumiendo el derecho de todos a expresar sus verdades.
La paz es derribar los prejuicios y aceptar que hay otros seres iguales que yo en el planeta, y que la diversidad enriquece el sistema de relaciones igual que las flores diferentes engalanan un jardín con sus miles de colores.
La paz es un deseo de ser hermanos, derribando fronteras, buscando lo que nos une, respetando diferencias y sabiendo que todos por el hecho de ser humanos, de un mismo tronco venimos extendidos en mil ramas florecientes.
La paz es fruto de la justicia, de darle a cada uno lo que se merece, pero más aún de la misericordia, porque si el Señor sólo fuera justo con nosotros, hace tiempo nos hubiera borrado del planeta.
Su amor lo llevó a entregar a su propio Hijo por la salvación nuestra, a rescatarnos del mal y abrirnos las puertas del cielo, perdonando nuestros múltiples pecados y más aún, a hacernos sus hijos.
Por eso Dios es el infinito amor, paz y sabiduría y Él quiere que seamos pacíficos, condicionando el ser llamados sus hijos por la paz que irradiemos: 'Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios'.
Y recuerde que con Dios podremos vencer el rencor y el odio, enemigos de la paz, porque con Él somos invencibles. Amén.