El nuevo Gobierno que reemplace al actual debe, desde la toma de posesión, pensar y actuar en función de los hondureños, sin distinción alguna respecto a su filiación partidaria, no más sectarismo que divide en vez de sumar.
Atrás debe quedar el dogmatismo, la secretividad, el nepotismo, la corrupción e impunidad, reemplazados por la tolerancia ideológica, el rendimiento periódico de cuentas, la integración nacional en la escogencia de funcionarios -tal como lo declara nuestra Constitución-, la honestidad, el enjuiciamiento de todo aquel que ha manipulado fondos públicos para provecho personal y familiar.
Nuevas mentalidades y actitudes, pragmáticas y realistas que garanticen la seguridad jurídica, de las personas y sus bienes- requisito fundamental para atraer inversión nacional y extranjera-, restaurando el equilibrio entre los tres poderes estatales- sin que el Ejecutivo continúe siendo el que de manera exclusiva adopte decisiones que afectan el presente y futuro nacional, retomando el control civil sobre las Fuerzas Armadas, dejando atrás el sesgo a favor de determinado partido político, eliminando cualquier nexo con narcotraficantes y regímenes de extrema izquierda que comprometen las cordiales relaciones que debemos mantener y fortalecer con los Estados Unidos de América, nuestro principal y tradicional socio comercial.
Las utopías ideológicas han resultado en el colapso de la democracia y la economía en toda aquella nación en donde han sido impuestas. Aquellas promesas formuladas deben ser cumplidas, so pena de perder credibilidad y respaldos ciudadanos. El ser coherentes y confiables en la gestión pública fortalece la gobernabilidad, sin improvisaciones que inciden en la gestión y administración estatal.
El más de lo mismo, la rutina, el abuso de poder inciden directamente en el estilo gubernamental. La población debe estar cierta y segura de que el nuevo régimen marca una diferencia cualitativa con el anterior; fue precisamente tomando en cuenta esto que los hoy ungidos fueron favorecidos con el respaldo popular manifestado en las urnas y, consecuentemente, no pueden ni deben dirigir la nación con similares conductas. Deben saber interpretar las expectativas ciudadanas por cambios transformadores, consensuados y democráticos.
Muchas expectativas ha generado en la ciudadanía la victoria de la oposición. Y las mismas no pueden quedar nuevamente frustradas, tal como ocurrió con la elección de 2021, que hizo posible que una compatriota llegara a ocupar, por vez primera, la presidencia de la república. Si se cae nuevamente en los vicios del ayer, los niveles de frustración se irán acumulando cada vez más, y con ello la pérdida de fe en el sistema democrático.