La iniciativa presentada en el Congreso Nacional para eliminar la prueba de aptitud académica es calificada como esfuerzo por descubrir el “agua caliente”, pues no de otra manera se puede expresar, ya que la condición para el ingreso en la Unah no está sujeta a raza, origen o posibilidad económica, sino a la preparación académica, lo cual no solo beneficia y potencia la labor en la alma mater, sino que presiona en los niveles de primaria y secundaria para que a los egresados se les abra las puertas del nivel superior.
Esto y no la exclusión, como dicen algunos, dio origen a la prueba de admisión a la que habrá que dar seguimiento para fortalecer el conocimiento y la capacidad de discernir en los alumnos que no se hallan al nivel de universidad, cuya evaluación de ingresos es elemental, con tiempo de preparación, entrega de material de estudio y repetición de la prueba si es necesario. Se cosecha lo sembrado y desde ahí debiera iniciar la labor de los diputados, de manera que la reforma por el mejoramiento de la calidad educativa comience por el principio, no en la última etapa que será un fracaso si no hay base.
Se podrán llenar las estadísticas con hipócrita satisfacción por el número de estudiantes en la Unah, pero debemos recordar aquellos años, tres lustros, en que no había espacio en las aulas, tampoco había en los pasillos y área verde, repleta de estudiantes que llegaron, pero la universidad no llegó a ellos. No querían estudiar, pero ahí estaban en las largas filas de matrícula para reuniones en el campus.
Con el PAA se redujo el número y se produjo una especie de selección basada en los estudios y la aptitud para ello. Las deficiencias y los vacíos deben correr también por cuenta del Estado con instituciones que ayuden a adquirir lo faltante; pero no incluir ya en la gran masa estudiantil a centenares de jóvenes en detrimento de quienes llegan a estudiar, la mayoría en el horario nocturno después de una dura jornada de trabajo.
Algún valentón ya ha lanzado velada amenaza. La bandera de la autonomía levantada y defendida por décadas que no evitó, pero sí redujo la política partidista en la academia, le fue entregada por el Congreso. Como en el campo jurídico “se deshace como se hace”, algún resentido fracasado ya lanzó la primera piedra contra la autonomía para transformar la Universidad en nido ideológico intransigente, en oficina de atención clientelista y espacio de represión para el adversario. ¿Exagerado? Tenemos ejemplos cercanos.