La senectud

La legislación vigente en materia de protección no siempre se cumple a cabalidad, con los descuentos a que están obligados quienes venden bienes a personas ancianas.

Llegar a alcanzar la tercera y cuarta edades cronológicas, con salud física, mental y emocional, resulta en nuestro medio tanto un logro como un privilegio cuando se llega a la última etapa existencial rodeado de las atenciones y afectos de familiares que lo protegen y respetan sin percibirlo como una carga económica y un estorbo, una boca más que alimentar.

Aquellos que así son percibidos y tratados vegetan en el ostracismo.

La expectativa de vida en Honduras no llega a superar las seis décadas y quienes la superan son la excepción.

Las condiciones sanitarias y ambientales no son propicias para llegar a alcanzar una avanzada edad.

Los afortunados ancianos que cuentan con parientes y amistades que saben valorar sus trayectorias y aportes a la sociedad durante sus años activos y que con su trabajo hicieron posible el sustento y bienestar de sus hijos e hijas, antier infantes, ayer adolescentes, hoy adultos, son minoría.

Para miles que ya las nieves del tiempo coronan sus testas, las crudas realidades son diferentes: el irrespeto, los maltratos, las discriminaciones, la ausencia de ingresos propios, la indiferencia y la soledad constituyen la dura y cruel experiencia cotidiana.

El desamparo, la vulnerabilidad son sus omnipresentes acompañantes en los postreros años de sus vidas.

Aquellos que logran ser admitidos en asilos públicos son los menos, en tanto quienes cuentan con recursos propios o reciben respaldos financieros de sus familias poseedoras de suficientes recursos son enviados a instituciones privadas en donde sus necesidades materiales y sanitarias son atendidas a cambio de pagos mensuales.

La legislación vigente en materia de protección no siempre se cumple a cabalidad, con los descuentos a que están obligados quienes venden bienes a personas ancianas.

Los adultos mayores que pretenden aplicar a un empleo son rechazados, sin tomar en cuenta las destrezas, habilidades, experiencias acumuladas a lo largo del tiempo, que contribuyeron, junto con su pareja, a la forja de familias y comunidades prósperas.

Es hora de un nuevo y solidario trato con quienes nos han precedido en el decurso de las generaciones.

Para ello es necesario, y urgente, que desde las más altas esferas del Estado se impulsen las políticas públicas que sean necesarias para atender a esta población y asegurarles una vejez digna.

Atender con dignidad a las personas de la tercera edad es un acto de humanidad y un reconocimiento a los aportes por ellos brindados a la sociedad desde diversos espacios.

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