Verlos caminar: el reto de construir razones para quedarse

Esa historia no ha cambiado, hoy seguimos viendo a miles de hondureños caminar hacia el norte, con mochilas cargadas de sueños y sus pies heridos por tantas promesas rotas.

Uno no olvida lo que vio durante su infancia. Recuerdo claramente, el día que salimos de Santa Rosa de Aguán.

No hubieron despedidas ruidosas ni grandes discursos, solo fuertes abrazos, miradas largas de mi madre, que parecían aceptar la realidad, de que en verdad se iba y un silencio que lo decía todo.

Lo que dejábamos atrás ya no era suficiente y, lo que venía era incierto, pero necesario.

Crecí con llamadas cargadas de nostalgia, con noticias que indicaban: Quién había logrado llegar, quién se había quedado y, quién pagó el precio más alto – su propia vida. Desde muy joven entendí lo que muchos hondureños visualizan demasiado temprano: Emigrar no es un acto de valentía o egoísmo, es muchas veces, la única opción que queda, cuando un país deja de ofrecer un futuro.

Esa historia no ha cambiado, hoy seguimos viendo a miles de hondureños caminar hacia el norte, con mochilas cargadas de sueños y sus pies heridos por tantas promesas rotas.

La mayoría no quiere irse, todos anhelarían quedarse. Pero quedarse, hoy, significa arriesgarse en un país donde abrir un negocio, criar a tus hijos o simplemente vivir con tranquilidad es cada vez más difícil.

Desde afuera, la migración se ve como un número, una línea en un gráfico, una excusa para polarizar, pero, detrás de cada persona que se va, hay una inversión que se pierde, un vínculo que se rompe y, un sistema que fracasa.

No podemos seguir normalizando que lo más razonable para nuestros jóvenes, para nuestras familias, sea hacer maletas y cruzar fronteras.

El verdadero debate no es si la gente debe emigrar o no, el debate real es: Por qué un país no logra dar razones para que su gente se quede? La respuesta es tan clara como dolorosa, no hemos construido un modelo económico, ni un sistema de seguridad que sostenga la esperanza.

La falta de empleo digno, la violencia que no cede, la extorsión que ahoga al pequeño empresario, la corrupción que desgasta la confianza... todo eso empuja.

Mientras, no enfrentemos esas realidades, seguirán yéndose y con cada salida, perdemos algo más que personas: Perdemos posibilidades.

Estados Unidos también tiene una responsabilidad, no puede seguir viendo a Centroamérica como una crisis que hay que contener o administrar.

Si de verdad quiere estabilidad en la región, necesita dejar de invertir en muros y empezar a invertir en comunidades. Porque nadie deja su hogar si siente que puede construir una vida allí.

Pero este trabajo no es solo de los países del norte, nosotros —los que estamos aquí y los que están allá— tenemos que hacer lo nuestro.

Exigir un sistema de justicia que funcione. Romper con la lógica de la impunidad y sobre todo, dejar de aceptar que el único modelo de vida, sea el que empieza con una maleta y termina en el extranjero.

La diáspora hondureña sostiene buena parte de la economía con sus remesas, pero eso no es sostenible.

No podemos ser un país que vive del esfuerzo de su gente en el exilio. Necesitamos crear condiciones para que las inversiones se queden, para que los hijos regresen, para que el trabajo tenga sentido y el esfuerzo dé frutos aquí, no a miles de kilómetros de distancia.

Este año, Honduras celebrará elecciones generales, no es un trámite más, es una oportunidad para decidir si vamos a seguir administrando la salida, o si por fin, vamos a construir un país que ofrezca razones para quedarse.

Una nación se fortalece no por evitar que su gente se vaya, sino por ofrecer motivos para que elijan quedarse. Porque si la gente se sigue yendo, el problema no está en las fronteras, sino en la falta de futuro y el porvenir, como la esperanza, no se encuentra, se construye.

Marvin B. Figueroa es vicepresidente en BGR Group, profesor en Meharry Medical College, y exasesor del Senado de EE. UU. y Administración del presidente Biden. Nacido en Honduras y criado en el Bronx, Nueva York.

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