Como les he contado en una de mis recientes columnas, llevo ya varias semanas de evitar ciertas redes sociales. Tenía el mal hábito de echarles una mirada justo antes de irme a la cama, con lo cual terminaba por poner la cabeza sobre la almohada lleno de inquietud, de molestia, de alguna dosis de amargura, de preocupación. Y es que con un poquito de cariño que se le tenga a este país basta para reconocer que no andamos bien, que la fractura que algunos se empeñan en profundizar en la convivencia entre hondureños existe y que los sembradores de odio, que los hay desde diferentes posturas, han logrado una cosecha, que produce mucho pesar; pero ha resultado fructífera. Insultos van, insultos vienen; descalificaciones y acusaciones van, descalificaciones y acusaciones vienen. Y esto no ayuda a conciliar el sueño ni a evitar las pesadillas.
En este clima cargado de odio me pregunto: ¿sirve para algo?, ¿tiene sentido buscar el exterminio, la desaparición del otro?, ¿qué gana Honduras con el “dime que te diré” cotidiano?, ¿qué pasará por la cabeza de los sembradores de odio, y por su hígado y por su corazón? ¿Tan poco tienen que hacer algunos que parecen no trabajar ni dormir para planificar y ejecutar ataques contra los que piensan distinto a ellos?
No hace falta ser médico para saber que permanecer con las vísceras en posición de pleito hace mucho daño al organismo. El continuo derrame de bilis enferma a cualquiera, y genera seguro padecimiento al clima del hogar, de la sociedad nacional, del país entero. Por algo, la Biblia dice que no es lo que entra al hombre lo que le hace daño, sino lo que sale de él. Pero, además, el daño no se queda en la persona de lengua viperina, bífida, sino que alcanza mucho más allá.
Mil veces se ha repetido que el que guarda rencor es como el que se ha tomado en veneno y está a la espera de que caiga muerto el que tiene enfrente. Detestar a alguien causa más daño al que padece ese sentimiento que al supuesto destinatario. Manifestar el odio, además, deforma hasta físicamente. Los ojos inyectados de sangre, los músculos del rostro tensos, los labios temblorosos afean y dan auténticamente pena.
Lo único que yo encuentro detestable son los defectos, los vicios, los desencuentros entre hermanos, los odios fomentados deliberadamente, y quién sabe con qué fines perversos. Eso sí debe rechazarse. Dios quiera que esta situación sea pronto un mal recuerdo.