Desde el inicio de su pontificado, el papa León XIV no ha pasado por alto uno de los escenarios más decisivos de la evangelización actual: el continente digital. Este espacio, marcado por la velocidad de los datos, la omnipresencia de las redes sociales y la irrupción de la inteligencia artificial, no es un simple entretenimiento ni una moda pasajera. Es un ambiente cultural, una nueva frontera donde se juegan muchas búsquedas tanto humanas, espirituales, como existenciales. Por ello, el Santo Padre, lejos de mirar con sospecha este mundo, ha decidido entrar en él con el Evangelio en mano.
El pasado martes 29 de julio, desde la basílica de San Pedro, en el marco del jubileo de los “influencers” y misioneros digitales, el papa se dirigió a ellos para lanzarles un mandato profético: “¡Reparen las redes!”. Y por supuesto que no se trata de una sugerencia técnica para mejorar el ancho de banda. Es una llamada directa al corazón del Evangelio, un eco moderno de aquel “ven y sígueme” que transformó pescadores de Galilea en testigos del Resucitado. Porque el problema no es la tecnología, sino cómo la usamos. Hoy muchas redes no conectan: enredan.
No tejen lazos, sino filtros. Y paradójicamente mientras más conexión hay, más soledad se respira en el continente digital. Por eso, el papa insiste en que “Jesús nos pide construir otras redes, donde se pueda poner remedio a la soledad”. No estamos hablando de contenido viral, sino de vínculos verdaderos. Y aquí cae otra frase hermosa, incómoda, urgente y que debería tatuarse en toda cuenta católica que pretenda evangelizar: “No se trata simplemente de generar contenido, sino de crear un encuentro entre corazones”. Basta de buscar “likes” que no curan, basta de subir fotos piadosas sin compasión real, basta de ser cristianos que predican mucho, pero escuchan poco. El Evangelio no es un “hashtag”, una imagen bien iluminada, un video gracioso, o el cura o la religiosa de moda bailando la última tendencia de Tik-Tok. Es el rostro concreto del que sufre detrás de una pantalla. Y si no somos capaces de mirar allí, no importa cuántos versículos compartamos al día, o la más profunda de las reflexiones que publiquemos: estamos haciendo ruido, no misión.
León XIV no vino a decirnos que necesitamos más “influencers” católicos. Vino a decirnos que necesitamos más santos digitales. Más testigos con entrañas. Más evangelizadores con rodillas gastadas, no solo con buen micrófono y buenas luces. La misión, hoy, no es conquistar el algoritmo. Es reparar lo que se ha roto: relaciones heridas, identidades desfiguradas, corazones vacíos. Redes que no pesquen vanidad, sino humanidad.
Redes donde no importe cuántos te siguen, sino a cuántos sirves. Así que, si eres cristiano, si tienes un perfil, si hablas al mundo desde cualquier pantalla... escucha al Papa: deja de producir y empieza a encontrarte. Reza antes de publicar. Escucha antes de hablar. Ama antes de argumentar. Porque solo así, cada historia compartida se convertirá en un nudo más de esa inmensa red de Dios que no atrapa, sino que libera. Y entonces, sí: las redes servirán para algo más que entretener. Servirán para salvar, reparemos nuestras redes, antes de lanzarlas.