Los relatos sobre la realidad son muchos y variados. La realidad una sola, como la verdad misma. Que algunas veces es difícil conocerla; y en otras, muy fácil esconderla, o disfrazarla.
Ahora, durante la campaña electoral, el relato de los oficialistas y los opositores no coincide. Parece que fueran de dos países distantes y diferentes. El Gobierno desde el principio empezó a repetir el relato “del golpe de Estado, la dictadura de los doce años y los corruptos y delincuentes que nos gobernaron”. Por lo que había que refundar el país, sin aclarar que se entendía como “refundición”. Lo ha repetido hasta el cansancio.
La oposición, por su parte, amparada en los resultados ha construido un relato que no coincide --como es natural-- con el de los oficialistas. No hubo tal golpe de Estado. El que intentó violar la Constitución fue Mel. Los resultados “fundacionales no se ven”. El Congreso no funciona. La Corte no es confiable. La inseguridad continúa. Hay más muertes que antes. La atención hospitalaria es deficiente. Y los corruptos “fundacionales” son más corruptos que los de “la dictadura”. Dos relatos diferentes sobre una misma realidad que es independiente. Y además, está allí, herida y sangrante, dándonos palmoteadas en la cara a todos.
La realidad está a la vista del colectivo nacional: el crecimiento económico ha sido mínimo, igual al tenido en los doce años anteriores. La balanza comercial no ha mejorado y, más bien, por efectos externos e imprevisiones nacionales, tiende a ser negativa. La pobreza ha aumentado y la desigualdad se ha incrementado entre los hondureños de las ciudades, de los barrios elegantes con los pobres, de la Honduras moderna y la Honduras profunda y dolorosa.
La formación de capital nacional sigue siendo lenta. La moneda se deprecia en la misma velocidad de antes, y la inversión se ha reducido por el clima de inseguridad que se ha impuesto. La inconstitucionalidad de las zedes y los delitos de corrupción hacen creer que Honduras no es un país confiable para invertir. Y quienes los hacen exigen muchas seguridades y contrapartidas.
El sistema político no ha funcionado. El Congreso no ha estado a la altura de las circunstancias. La Corte Suprema no parece que mejore su respetabilidad, y la Fiscalía General ha dejado de representar a la sociedad para convertirse en un instrumento partidario, de una familia, y de una “nueva casta política”, voraz y agresiva.
Lo peor que nos ha ocurrido es que, pese a vivir en el más largo estado de sitio de toda la historia, la inseguridad ha aumentado, contrastando con las informaciones que nos llegan desde los vecinos países, especialmente Nicaragua y El Salvador. Las posibilidades de ser asaltado, agredido o muerto han aumentado. Las ciudades mayores son muy inseguras. Los crímenes en contra de las mujeres han crecido en forma exponencial, y la sociedad da la impresión de que se ha acostumbrado a culpar a las víctimas. Las venganzas entre los particulares parece que son efecto de la escasa capacidad de manejo de los delitos por parte de los tribunales, lentos, modosos y poco confiables.
El Gobierno dice que todo está mejor, que el sistema mediático -que no ha pagado- no divulga los resultados positivos. Esta excusa es más política que realista. Un Gobierno no tiene que hacer publicidad de lo que hace, porque la ciudadanía, beneficiaria de los mismos actos, los conoce, los siente y los goza. Resiente de la oposición que ha crecido por el modelo de gobierno distante e indiferente de Xiomara Castro.
La realidad está allí. Los electores tienen su propio relato. El 30 de noviembre lo conoceremos.