Cuando, desde Jesús de Otoro, a la edad de 11 años, fui a La Esperanza para ingresar en el Instituto Departamental de Occidente y realizar mis estudios de secundaria había llegado a esa ciudad un hombre de buena talla, enérgico, de conversación ruda como suele ser en su país Grecia y lleno de importantes ideas para el progreso de la cabecera intibucana.
La agricultura intibucana se debatía en el tradicionalismo, empeñada en cultivos tradicionales que no ofrecían buenos resultados ni avances económicos a los agricultores porque se basaba en el cultivo de maíz, en una región no muy apta para ese cereal por el frío. Los indígenas cultivaban, una sola vez al año con muy escasos resultados, a diferencia de Jesús de Otoro, en donde se hacían dos siembras anuales. Se trataba de una agricultura de supervivencia. Además, se atendían los cultivos no intensivos de frutales de altura: duraznos, ciruelas, peras y la colecta de moras silvestres y de choros.
Debido a esta escasa producción, la ciudad vivía un letargo tremendo con muy escaso comercio y muy poca comunicación porque el avión de Sahsa llegaba solo tres veces por semana y la carretera de tierra era un verdadero tormento, pues se arribaba al destino lleno de polvo y molido por amasamiento que producía el avance de la baronesa por aquel camino que era más de herradura que carretera. Pantelis era un hombre de amplias ideas en el área de la agricultura y su comercialización. Ahora, ligo las cosas porque la esposa de Pantelis, doña Mirna, era hermana de Divina, quien se había casado con Antonio López, un primo mío. Llegar, hacer un análisis de la situación de precariedad en la producción e idear un plan de desarrollo de la agrietara de la meseta ocurrió en poco tiempo.
En primer lugar introdujo el cultivo de la papa y entusiasmó a los agricultores intibucanos de la meseta a sumarse a su iniciativa. Claro, Pantelis planteaba cultivos con métodos más científicos, apoyado por los fertilizantes y los pesticidas y mediante la importación de semilla certificada desde Holanda para evitar el contagio por enfermedades de los cultivos que sería de consecuencias desastrosas.
Surgió así, en poco tiempo, el “boom” del cultivo de la papa. Muchos se sumaron a esas tareas y vieron que las ganancias de sus esfuerzos eran muy buenas. Así fue creciendo la producción, claro, con la destrucción de bosques para ampliar los cultivos. Algunos con el deseo de ahorrar produjeron sus propias semillas y ahí vino la debacle, muchos cultivos porque comenzaron a propagarse las enfermedades que eran de difícil control y que llevaron a grandes pérdidas.
Tras la papa vinieron, por iniciativa de Pantelis, el cultivo de otras hortalizas: el brócoli -que era prácticamente desconocido-, la lechuga, el repollo, las zanahorias. Los campesinos aprendieron rápidamente las técnicas y fueron, de esa manera, aumentando sus ingresos y mejorando su calidad de vida.
Otro de los avances que trajo Pantelis fue el riego por gravedad y por aspersión. Para eso se aprovecharon los manantiales y riachuelos y se construyeron represas para el almacenamiento de agua para regadío. Uno de los efectos no deseados fue la desaparición de ranas y sapos debido al abuso de los pesticidas. Mi amigo, fallecido ya, un soñador empedernido, el Dr. Hernán Mejía, también un agricultor de sólidos conocimientos agropecuarios, dedicó un predio para proteger la vida silvestre, a los venados, las ranas y los sapos que tuvo que importar desde otros lugares del país.
Este avance en la producción y la diversificación hizo necesaria la organización de la Asociación de ganaderos y agricultores de Intibucá (Agadi), que comenzó con buen suceso ayudando al desarrollo de la agricultura y la ganadería en el altiplano.
Vinieron los conflictos porque muchos productores vendían a precios muy bajos, tan bajos que ponían en precario el desarrollo de los cultivos porque no revertían los gastos. Fue entonces que se organizó un centro de distribución en donde todos depositaban sus productos para que hubiese una sola agencia vendedora y así cuidara la estabilidad de los precios.
Alguien se quiso salir del carril y Pantelis le hizo un llamado a la disciplina. El resultado fue un ataque criminal que terminó con la vida de un gran emprendedor. Yo era un cipote y le consideraba mi amigo. Ahora, mayor, valoro lo importante de su aporte al desarrollo de la economía de La Esperanza e Intibucá. Una calle debe llevar su nombre.
las columnas de LP