Conservar la calma y la prudencia, entendida como la sensatez, en un mundo de creciente hostilidad, no es tarea fácil.
En Honduras, la cercanía de las elecciones generales influye en la polarización y en la hostilidad, por ahora verbal, como dos compañeras inseparables, tensando las conversaciones en redes sociales y convirtiéndose en una amenaza tanto para la salud mental, como para la convivencia.
Las palabras construyen realidades, porque contribuyen a moldear percepciones, influyendo en la manera en la que compartimos pensamientos y actitudes. Partiendo de este punto, ¿qué estamos construyendo los hondureños?
Hemos aprendido, a través de la experiencia, a atrincherarnos en nuestras propias ideas y defendernos de todo aquél que no piense igual; además, ahora hemos pasado a la ofensa abierta.
Hace pocos días, me sorprendí al leer en redes sociales el comentario de un amigo que se quejaba de una situación en su comunidad. Alguien le respondió con una frase grosera: “No seas ignorante” y para mi sorpresa, se trataba de otra persona amiga a quien yo tenía catalogada como muy sensata. Todo quedó allí, el ofendido no respondió.
Parece ser que nadie está exento de caer en esta ola de intolerancia hacia las perspectivas ajenas, abriendo paso a las generalizaciones que en ocasiones caen en lo absurdo y que tienen el riesgo de crecer.
Como sociedad, hemos normalizado la hostilidad en el día a día, en la calle, en los lugares que visitamos, en el trato con personas cercanas y distantes.
Es extraño encontrar el trato respetuoso y amable hasta en el lenguaje cotidiano, con el que niños y jóvenes deberían crecer y adoptar. Rechazamos y ofendemos con una facilidad tan grande, que en ocasiones no nos damos cuenta.
Ser conscientes sobre esta realidad debería llevarnos a hacer un cambio personal y en nuestra red de influencia. Puede ser difícil, especialmente cuando existe el riesgo de ser tildado de tibio o débil; hay que tener en cuenta que siempre seguirán los intentos por llevarnos a ese juego perverso del ataque, a riesgo de romper amistades, lazos familiares y perder la paz.
La responsabilidad es mayor para quienes están participando para cargos de elección popular, que tienen seguidores y se convierten en piezas clave para actuar con prudencia.
Normalizar la hostilidad en este período de campaña política es jugar con el futuro inmediato de una nación que desde hace décadas convive con la frustración, al no encontrar soluciones de raíz a los problemas compartidos.
Para aprender a tolerar las diferencias, hay que entender que las experiencias de cada uno suelen ser distintas y no por ello, menos reales o válidas.
Aprender a escucharnos y a leernos con la intención sana de comprender y no de dividir, es fundamental. Hay que partir de una realidad: este país es de todos, tan diversos y complejos, así como con los mismos derechos y deberes.
Propongámonos no seguir el camino de la hostilidad, tenemos mucho que perder.