En octubre estuve en la ciudad de Arequipa, en el sur de Perú, para participar en el Congreso Internacional de la Lengua Española. Se trató de un evento trascendental en el que se discutió acerca del mestizaje en la lengua española, fundamentalmente con las lenguas originarias americanas, y sobre el proyecto de la Red Panhispánica de Lenguaje Claro y Accesible. Las instituciones arequipeñas, sobre todo la Universidad de San Agustín y la alcaldía, prestaron sus instalaciones para la realización de las sesiones.
Me impresionó de Arequipa, conocida como la ciudad blanca, que está construida con piedra blanca de la cordillera de los Andes, tallada por artistas de la ciudad inscritos en los principios de una nueva corriente mestiza ibérica y arequipeña que linda con el rococó.
Las montañas nevadas y el volcán activo llamado Misti son imponentes centinelas de la ciudad poblada por mestizos e indígenas que viven en cierto entendimiento, roto de alguna manera tras el golpe de Estado en contra del presidente indígena Pedro Castillo, a quien mantienen preso sin ser sometido a juicio expedito.
Lo que más me llamó la atención es la limpieza sin igual de la ciudad, cuyo centro histórico es peatonal y está reconocido por la Unesco como patrimonio de la humanidad. Ni un papel se ve en las calles de Arequipa.
Este comportamiento de los ciudadanos de Arequipa contrasta con el comportamiento de los ciudadanos de Honduras, sobre todo de las grandes ciudades de Tegucigalpa y San Pedro Sula, sin que esto signifique que se salven las cabeceras municipales y aldeas.
Es realmente preocupante circular por la capital y por San Pedro Sula, incluso por los barrios habitados por las élites y los centros históricos y tener que ver la basura tirada por todas partes, las bolsas que los parroquianos ponen para que sean recogidas por los empleados del tren de aseo están despedazadas y su contenido desparramado en las calles por la acción de los perros ambulantes y de los llamados pepenadores, gente de escasos recursos que se dedica a buscar algo que pueda serles útil en las bolsas de la basura. Los perros callejeros, además, hacen que los transeúntes y los turistas tengan que transitar con sumo cuidado para no embarrarse con mierda de perro.
De acuerdo con la ley, es estrictamente prohibido que los parroquianos tiren basura en las calles. Nadie cumple, incluso desde los lujosos autos vemos que tiran botellas, vasos de material plástico y bolsos llenos de basura.
La municipalidad, que es la institución llamada a mantener limpia la ciudad, se hace la desentendida porque tiene barrenderas que limpian las calles por la mañana, pero por la tarde están completamente llena de basura. Hay muchas obligaciones contenidas en la ley que los parroquianos deberán cumplir al pie de la letra, pero eso no ocurre. Las municipalidades que deberían emprender esta campaña, con la aplicación de las sanciones que manda la ley en el caso de transgresión, no se interesan por este asunto, que tiene que ver con la salud pública y el ornato.
Lo que realmente pasa es que las autoridades se hacen las desentendidas porque exigir el cumplimiento de la ley y castigar a quienes la incumplen pone en riesgo los votos para las siguientes elecciones, y es más importante asegurarse la reelección que cumplir con el juramento que hicieron al asumir el cargo de cumplir y hacer cumplir la ley.
En varias ocasiones he señalado este problema de nuestros centros urbanos, convertidos en verdaderos basureros, y he sostenido que el sistema de recolección de basura es obsoleto y no cumple con los objetivos para los cuales fue diseñado. Hay varias ciudades en el mundo que se mantienen limpias, y es tarea de las municipalidades cerciorarse de cómo hacen para que eso ocurra con el fin de aplicar esas medidas para que Tegucigalpa, San Pedro Sula y todos los pueblos de Honduras sean limpios y llenos de belleza. En las cercanías, en Nicaragua, contiguo a las riberas del lago Xolotlan, está la ciudad de Nagarote, conocida por su producción de quesillo y por sus calles llenas de jardines y libre de basura.
Algo habrá que hacer, señores alcaldes. Porque mal hacemos acostumbrados a vivir como cerdos en la suciedad, que afea nuestras ciudades y pone en precario nuestra salud y seguridad, ya que cuando vienen las lluvias la acumulación de basura es la razón para muchas inundaciones.