Los frutos del odio

La creciente polarización política ha sembrado un clima de odio que afecta la convivencia familiar, social y laboral, debilitando los lazos de confianza y poniendo en riesgo la paz colectiva.

  • Actualizado: 16 de diciembre de 2025 a las 23:50 -

No solo en Honduras, pero los que aquí vivimos lo hemos percibido y sufrido “en directo”; la polarización política ha llevado a cabo una siembra de odio que, desafortunadamente, no ha dejado de dar frutos. Esos tristes y amargos frutos se han cosechado en el seno de las familias, que se han visto distanciadas a causa de las opciones ideológicas que algunos de sus miembros han tomado; en los grupos de amigos que prefieren no referirse a sus preferencias políticas para no herir a los demás, pero que ha producido un enfriamiento del cálido clima de confianza y camaradería que solía existir; en los ambientes de trabajo, en los que se ha instalado una cultura de la sospecha que los vuelve pesados y sombríos; en fin, en la sociedad en general, en la que se han vuelto habituales los insultos, las descalificaciones, los comentarios ácidos y destructivos que generan división.

Como antónimo del amor, el odio es una enfermedad del alma que hace sufrir al que la padece y a los que rodean al “enfermo”. Los síntomas de la “enfermedad del odio” son el rechazo a los que piensan distinto, la obcecación, el deseo oculto o manifiesto de que el oponente desaparezca o, aún mejor, que muera, un rencor que se renueva y profundiza en contra de unos enemigos que se han seleccionado, muchas veces sin ningún motivo, por el mismo “odiador”.

Como verdadera enfermedad, el odio acaba por dañar física, psíquica y afectivamente al que la sufre. Además, el odio corroe el entramado social como un cancerígeno, hasta poner en peligro de muerte la paz y la convivencia civilizada. Hay hombres y mujeres a los que basta contemplar el semblante para reconocer que han cultivado el odio en su interior. Se les nota en la mirada, en el rictus permanentemente amargo, o en el tono de voz.

Como sucede con toda enfermedad, hace falta un tratamiento serio para recuperar la salud del alma y dejar de odiar. Eso exige la puesta en ejercicio de unas siempre vigentes, desde Aristóteles hasta hoy, virtudes humanas, que permiten la desintoxicación del enfermo. Se trata de aprender a escuchar a los demás, a no parapetarse en las propias opiniones, en saber rendir el juicio, en reconocer la dignidad del prójimo, en aceptar los errores que puedan haberse cometido, en recuperar la capacidad de razonar.

Odiar nunca contrae felicidad, y se engaña absolutamente el que así piense. Es muy conocida la imagen que señala que el que odio es como el que se toma un veneno y espera que se muera la persona que tiene enfrente. Ni más ni menos.

Te gustó este artículo, compártelo
Últimas Noticias