Dicen que en alguna ocasión el famoso psiquiatra austríaco Víctor Frankl señaló que, así como en la Costa Este de los Estados Unidos se levantaba la Estatua de la Libertad, habría que erigir en la Costa Oeste la de la Responsabilidad. Porque no se entiende a cabalidad la primera: la libertad, sin asumir la segunda: la responsabilidad.
Y el problema surge del pésimo concepto que a veces se tiene de la libertad. Se llega a pensar que una persona es libre cuando se deja llevar por su capricho; cuando hace lo que le apetece; cuando se considera al margen de las convenciones sociales y de las normas establecidas.
Y la cosa no va por ahí. Antes que nada, no hay que dejar de considerar que los seres humanos no somos islas, que acostumbramos a vivir en sociedad y que todo lo que hacemos, o dejamos de hacer, no solo repercute en nosotros mismos, sino también en nuestro entorno, sobre todo en las personas que forman parte de ese entorno.
Un ejemplo muy sencillo: si en un malentendido uso de mi “libertad” tiro la basura a la calle, en lugar de ponerla en un basurero, afecto negativamente al medio ambiente y obligo a los que conviven conmigo en el barrio o la colonia a recogerla o a vivir en medio de la suciedad y el desorden.
Otro sencillo ejemplo: cuando decido, en mi casa, poner la música a tan alto volumen que termina por escucharse en toda la cuadra estoy irrespetando el derecho que los demás tienen al descanso y al sosiego, sobre todo si esto sucede en horas de la noche. Aunque yo esté en mi casa no puedo cometer semejante acto de barbarie, porque las ciudades son, precisamente, para los que nos comportamos civilizadamente. De ahí procede la etimología de la palabra ciudad.
Otra cosa, más profunda aún. Todos nuestros actos tienen consecuencias, y los que los realizamos tenemos el deber de asumirlas. Aquí sí que no se puede “tirar la piedra y esconder la mano”. Libertad y responsabilidad son un binomio inseparable. No podemos pretender ser libres sin ser responsables, porque atentamos contra la armonía social, contra el orden que debe prevalecer para hacer la vida en común posible.
La imagen del caballo suelto en la cristalería, que es sumamente elocuente, nos sirve también para ilustrar la conducta del que va por la vida actuando “libremente”, pero irresponsablemente. Habría que recordarle que no vive solo, que los demás podemos terminar, injustamente, por pagar sus deudas o por recoger su desorden.