Un labrador salió a recorrer sus campos para ver si la cosecha estaba lista. Llevaba consigo a su pequeña hija. “Mira, papá”, dijo la niña con curiosidad, “algunas espigas de trigo se mantienen erguidas y altivas. Seguro que son las mejores y más valiosas. En cambio, esas otras que se inclinan casi hasta el suelo deben de ser las más débiles”.
El padre sonrió, tomó algunas espigas en sus manos y le respondió con paciencia: “observa bien, hija mía. ¿Ves esas espigas que se yerguen con orgullo? Están casi vacías. En cambio, las que se inclinan con humildad están llenas de hermosos granos”.
Esta historia es una hermosa metáfora sobre la importancia de la humildad y el valor de las cosas que no siempre son evidentes a simple vista. Así como las espigas llenas se inclinan por el peso del grano, mientras que las vacías permanecen erguidas, muchas veces las personas con más conocimiento y sabiduría son las más humildes, mientras que los que tienen poco a menudo son orgullosos y altivos, jactándose de poseer aquello que carecen.
En la Biblia encontramos el ejemplo de Jesús, quien siendo el Rey del universo y en quien habita la plenitud de la Deidad (Colosenses 2.9), se inclinó para lavar los pies de sus discípulos (Juan 13.1-17). Como dice Alex Sampedro, “Jesús es el único Rey que se arrodilla ante sus súbditos”. Se inclina para servir y ayudar a aquellos que tienen menos que él. Ese es el ejemplo de servicio humilde que somos llamados a imitar.
La niña, al observar las espigas de trigo, pensó que aquellas que estaban erguidas y altivas eran las mejores, cuando en realidad eran las que estaban vacías.
Así sucede en la vida. Con frecuencia, nos dejamos llevar por las apariencias y juzgamos a las personas, las situaciones o incluso a nosotros mismos según lo que vemos externamente. Pero la realidad es que lo más valioso muchas veces no es lo que destaca a simple vista, sino las virtudes que pueden anidar en nuestro corazón.