“En primer lugar —escribe Pablo en su carta a los que estaban en Roma— doy gracias a mi Dios por cada uno de ustedes, en nombre de Jesucristo. En todas partes se habla bien de ustedes, y se sabe que confían en Dios y lo obedecen” (Romanos 1:8, TLA). Esta introducción nos muestra que estas personas estaban haciendo bien las cosas dentro del punto de vista moral y espiritual. Más adelante, el apóstol les esboza dos ecuaciones que revelan las consecuencias de nuestras acciones: las obras hechas según la carne —nuestros deseos egoístas— llevan a la muerte, y las obras hechas según el Espíritu de Dios llevan a la vida. Así lo plantea el apóstol: “Por lo tanto, amados hermanos, no están obligados a hacer lo que su naturaleza pecaminosa los incita a hacer; pues, si viven obedeciéndola, morirán; pero si mediante el poder del Espíritu hacen morir las acciones de la naturaleza pecaminosa, vivirán (Romanos 8:12-13).
“La simplicidad del argumento de Pablo —escribe un autor— es fácil de pasar por alto. Cuando confiamos en nuestros propios dispositivos y deseos estamos caminando por un camino directo a la muerte. Cuando abrazamos el poder y la dirección del Espíritu encontramos vida”. Hágase ahora esta pregunta: ¿ya tengo yo esta vida? La Biblia le dice así a usted hoy, querido lector: “Si un hijo suyo les pide un pescado, ¿le dan una serpiente en lugar de un pescado? O si les pide un huevo, ¿le dan un escorpión? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben cómo darles cosas buenas a sus hijos, imagínense cuánto más dispuesto estará su Padre celestial a darles el Espíritu Santo a aquellos que le piden” (Lucas 11:11-13, PDT). Y le añade: “Esto mismo sucede con ustedes: oyeron el mensaje de la verdad, o sea, las buenas noticias de su salvación y creyeron en Cristo. Por medio de él, Dios les puso el sello del Espíritu Santo que había prometido” (Efesios 1:13, PDT).