Dios envió a su propio Hijo, y lo envió tan débil como nosotros, los pecadores. Lo envió para que muriera por nuestros pecados. Así, por medio de él, Dios destruyó al pecado.
Pero el agua salada no sacia la sed, solo la aumenta. ¿Acaso no sentimos esa sed que no se apaga, mientras el país se desangra por la corrupción y la violencia?
Una investigación teológica ofrece respuestas basadas en información concreta y contrastable, de fuentes históricas y evangélicas, sobre los dos episodios cruciales que marcaron el origen del cristian...