El decano de las instituciones culturales de Olanchito nació por iniciativa de líderes locales. Un grupo de padres de familia empezaron a reunirse a finales de 1942 y principios 1943 para fundar un instituto de segunda enseñanza. Dentro del clima dictatorial que se vivía había que cuidar las apariencias: no “molestar” al diputado Plutarco Muñoz Pineda, y evitar darle un tinte partidarista a la iniciativa. Por ello en la directiva de la asociación se evitó que en la misma destacaran los opositores liberales. E incluso Francisco Murillo Soto tuvo el talento de sugerir como nombre el de “Francisco J. Mejía”, que no provocaba dudas ni sospechas de las agentes de poder de entonces.
Su primer director, Francisco Murillo Soto, hizo una excelente labor organizativa. Le sucedieron Modesto Herrera y Julio Benítez. Este durante varios años dirigió el “Mejía”, hasta que las relaciones entre alumnos y maestros empezaron a relajarse. Un profesor de contabilidad, enamorado perdidamente, se fugó con una alumna, y circularon rumores de que otros mentores tenían amoríos discretos con bellas jóvenes, inaceptable entonces en una sociedad como la de Olanchito. Por ello, las autoridades capitalinas suspendieron del cargo a Julio Benítez y llegó en su lugar un destacado pedagogo: Jesús Medina Nolasco. Vino desde otro extremo del país: desde Ocotepeque. Hombre sobrio, moralmente impecable y de conducta ejemplar, ejerció la dirección del instituto durante 12 años.
Eran los tiempos que en Olanchito la educación era el orgullo de la ciudad; el magisterio la profesión más distinguida, y los maestros indiscutibles líderes de la ciudad. Hasta el final del mandato de Medina Nolasco, el “Mejía” tenía el carácter de instituto privado, propiedad de la ciudad y que operaba bajo el liderazgo de una comunidad orgullosa de su carácter y de su personalidad de ciudad cívica. Por ello, Medina Nolasco durante fue director del “Mejía” tuvo una destacada presencia en la vida de la ciudad. En todas las iniciativas singulares de entonces estuvo presente. Cuando visitaba una autoridad capitalina era obligado anfitrión. Y cuando se creaban organizaciones culturales, él estaba presente. Por ejemplo, en la creación del Bloque Prensa – donde se agremiaban corresponsales y escritores locales—, Medina Nolasco estaba presente. Allí, siendo un joven recién egresado del “Mejía”, en 1960, nos encontramos, convertidos en compañeros suyos, junto a Murillo Soto, Mauricio Ramírez, Lino E. Santos, Carlos Urcina Ramos, Humberto Caballero, Ranulfo Rosales Urbina y Pablo Magín Romero. Entre todos destacaba el director del “Mejía”.
El instituto estaba ubicado al lado norte del parque Morazán. Debimos haber sido a finales de los sesenta unos 150 alumnos, hombres y mujeres que estudiábamos magisterio, bachillerato y comercio. Por breve tiempo funcionaron estudios secretariales. Sus profesores más destacados fueron Murillo Soto, Medina Nolasco, Max Sorto Batres, Joaquín Reyes, Alicia Ramos de Orellana, América Fúnez, Lisandro Quezada, Faustino Cálix, Janeth Hoch, Alfonsina Puerto, Modesto Herrera Munguía, Donaciano Reyes Posas, Ibrahím Puerto, Juan Roberto Murillo y Timoteo Puerto Martínez. Este último murió violentamente en un enfrentamiento armado con un particular.
En nuestra generación destacaron ocupando altas posiciones públicas Óscar Melara, Carlos Chahín, Arturo Morales, Regino Quesada, Carlos Ramos, Alma Caballero, Américo Ochoa, Jardel Quesada, Roberto Martínez Lozano, Juan Ramón Fúnez, Benigno Gonzales, Jorge Zelaya, Tomás Meléndez, José Dagoberto Martínez, Candiano Lozano, Max Gil Santos, Juan Ávila Posas, Iván Romero Martínez, Amílcar Zelaya Rodríguez, Francisco Álvarez Urbina y otros más.
82 años después, mucho ha cambiado. El “Mejía” ya no es propiedad de Olanchito, sino del Gobierno. Sus maestros son parte de gremios interesados en su propia existencia. Su participación en la vida cívica es cada día menor. Sus directores, ilustres desconocidos. La ciudad es otra, desafortunadamente.
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