Aunque desde hace poco más de 10 años he dejado de ejercer la docencia, lo cierto es que me sigo considerando profesor. La vocación por la enseñanza nunca muere. Además, con frecuencia me encuentro con mis exalumnos de la Mayan School, de la Escuela Americana o de Aldebarán y, por supuesto, el saludo va precedido del Mr. Róger o el Mr. Martínez, de modo que el sello de maestro permanece grabado en mi alma.
Y el día de hoy, Día del Maestro en Honduras, no podía dejar de hacer un par de reflexiones sobre esa noble tarea que, aunque haya perdido el brillo social que alguna vez tuviera, esto por motivos largos de enumerar, sigue siendo un oficio con una trascendencia difícil de medir, indispensable para el desarrollo de los pueblos y rica en experiencias intelectuales y afectivas.
Pienso que ser maestro exige por lo menos tres cosas: la primera: consciencia del deber de ejemplaridad de cara a los alumnos. Nos guste o no, la conducta de los profesores cala en la formación de los estudiantes. Aunque no se esté en horario laboral, aunque estemos en casa, en el estadio o en el centro comercial, continuamos siendo referentes para aquellos niños y jóvenes cuya instrucción nos ha sido encomendada. No basta con enseñar a leer o escribir, sumar o restar. El maestro enseña, sobre todo, a vivir, a tener valores, a ejercitar virtudes humanas. La mujer o el hombre que no esté dispuesto a asumir ese compromiso debe dedicarse a otro oficio, que los hay muchos, pero no a la docencia.
Luego, un buen profesor debe poner los medios para adquirir las destrezas básicas para enseñar con eficacia. Hay que manejar bien la materia encomendada y contar con las herramientas didácticas para hacerla accesible a los alumnos. Hoy, por ejemplo, los conocimientos básicos de tecnología son indispensables. Se trata de formar a los estudiantes para un mundo nuevo, en el que hacen falta unas competencias que nosotros no debimos desarrollar, pero que estamos obligados a lograr en nuestros pupilos.
También es necesario saber trabajar en equipo. En educación, más que en otros ambientes laborales, “una golondrina no hace verano”. Hay que hacer esfuerzos comunes con los colegas para integrar los conocimientos y para no proveer la ciencia de manera fragmentada. Además, en una escuela, en un colegio, no cabe el divismo ni el estrellato docente. Al final, la calidad educativa de un centro se mide por el éxito de los egresados, y eso depende del trabajo de todos.
Colegas, feliz Día del Maestro. Digamos que somos profesores con la frente en alto y el pecho henchido de orgullo.