Día de la Biblia

La Sagrada Escritura es la voz de un Dios que habla hoy, que guía nuestra vida y que nunca se cansa de buscarnos.

Cada 30 de septiembre, la Iglesia recuerda a san Jerónimo de Estridón (+ 420 d.C.), ese apasionado de la Palabra que entregó su vida a traducir la Biblia al latín, en la versión conocida como la Vulgata. No lo hizo por erudición o prestigio, sino porque estaba convencido de que en esas páginas se juega el corazón mismo del cristianismo. De su experiencia brotó una frase que atraviesa los siglos: “ignorar la Escritura es ignorar a Cristo”. No es un simple adorno literario, es un grito que nos despierta: alejarnos de la Biblia es alejarnos de Jesús. Cuando un creyente deja de escucharla, corre el riesgo de inventarse un Cristo a su medida, reducido a emociones pasajeras o recuerdos vagos.

La Sagrada Escritura es la voz de un Dios que habla hoy, que guía nuestra vida y que nunca se cansa de buscarnos. San Jerónimo no fue un santo “cómodo”. Tenía un carácter difícil. Conservamos más de 150 cartas suyas, y en ellas se nota su temperamento fuerte. Usaba expresiones muy directas, incluso duras, contra herejes o adversarios teológicos. No tenía miedo de polemizar, lo cual le generó muchos conflictos. Pero su amor por la Palabra fue más fuerte que cualquier debilidad.

Estudió lenguas antiguas, pasó noches enteras entre manuscritos, dedicó su vida a orar y trabajar sobre cada versículo. Comprendió que amar la Sagrada Escritura no es un pasatiempo para momentos libres, sino una misión que da sentido a toda la existencia. Su vida nos enseña que la Palabra exige esfuerzo y constancia, pero abre caminos de gracia, fe y esperanza.

El papa Benedicto XVI lo resumió en “Verbum Domini”: “La Palabra de Dios es el alma de la teología y, al mismo tiempo, el alimento de la vida espiritual” (VD 21). La Biblia no es un lujo para expertos, es pan para todos: guía para la familia, luz para los jóvenes, fuerza para los cansados y consuelo para los que sufren.

En Honduras, este amor a la Biblia tiene un signo particular. En 1987, el Congreso Nacional decidió que el último domingo de septiembre se celebre como el Día Nacional de la Biblia. Con ese gesto, nuestro país reconoció públicamente que la Sagrada Escritura no es un libro cualquiera, sino un tesoro espiritual que sostiene la fe de nuestro pueblo. No es solo una fecha en el calendario, es una invitación a redescubrir la Palabra como fuente de vida, esperanza y unidad.

En medio de la violencia, la pobreza, la corrupción y la incertidumbre que tantas veces golpean a nuestras familias, la Biblia sigue siendo la voz que no engaña. Como dice Isaías: “La palabra que sale de mi boca no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi voluntad” (Is 55,11). Ella ilumina las noches más oscuras, orienta en medio de la confusión y devuelve alegría a los corazones cansados.

San Jerónimo nos dejó un legado desafiante: sin la Escritura no hay verdadero conocimiento de Cristo. Celebrar el Día Nacional de la Biblia es más que un acto cívico o religioso, es un compromiso a abrirla en familia, escucharla en comunidad y vivirla con coherencia.

Hoy, Honduras necesita hombres y mujeres que tomen la Palabra de Dios en serio. Porque cuando la Sagrada Escritura entra en el corazón, enciende la fe, renueva la esperanza y nos recuerda que el Señor nunca abandona a su pueblo.

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