No es cierto que nunca ha habido democracia en Honduras. Aceptarlo es desconocer la historia política o tener una idea equivocada de la naturaleza del sistema democrático, cuyas características principales son elecciones libres de conformidad con la ley, separación formal de los poderes del Estado, imperio del régimen jurídico y sucesión presidencial de acuerdo con la Constitución de la República.
Los partidos políticos tardaron en aparecer. Según Mariñas Otero, fue hasta en 1919. En 1902 hubo elecciones con tres candidatos. Se presentaron ante el electorado: Manuel Bonilla, Juan Ángel Arias y Marco Aurelio Soto. Ganó Bonilla; pero el Congreso, dominado por Terencio Sierra, desconoció el resultado, autonombrándose jefe del Ejército. Inició la guerra civil de 1903, con la que comenzó Honduras el siglo XX.
Había democracia. Ocurrió que, aunque el sistema democrático estaba definido, no existían los demócratas para defender que la soberanía popular está por encima del apetito particular; que el respeto a la ley es la base de la convivencia pacífica de la ciudadanía, y que la palabra sobre quién debe gobernar nos la dan las mayorías, no los caprichos de los patrones.
Los latinoamericanos tienen dificultad para aceptar sus responsabilidades. Igual que la zorra y las uvas, cuando no las alcanzan dicen que están verdes. Por ello, los que quieren mantenerse en el poder irrespetando la voluntad popular, y algunos grupos de amargados por maltratos de padres autoritarios durante su niñez, dicen que no hay democracia. Que nunca la hemos tenido.
Revisemos el período 1980-2025. Es decir, 45 años. Los hondureños han elegido a los presidentes de la República, los diputados al Congreso y, por este medio, la Corte Suprema de Justicia. Ningún militar ha recibido la “rectitud de un voto”, como decía Rodas Alvarado. Todos los presidentes han sido civiles. Solo Manuel Zelaya pretendió reelegirse y Juan Orlando Hernández lo logró, con la silenciosa complicidad del Partido Liberal. Mel se ha reelegido ladinamente, tras las faldas de su mujer. Probablemente por ello, JOH está preso en Nueva York, y a Mel lo espera, de repente, un destino similar.
La democracia es escenario, espacio perfectible donde se debate y se determina el destino de la sociedad. El que los hondureños no hayan usado ese escenario con iguales resultados que otras naciones no es culpa del sistema. Ni se explica diciendo que aquí no hay democracia. La razón es que faltan los demócratas.
Las familias no son espacio de libertad donde los niños vivan democráticamente junto a sus padres, tomando decisiones. Las escuelas no son democráticas porque los profesores, en vez de mentores, son anticipos de políticos amargados, con un garrote entre las manos.
Tampoco ayudan las universidades, donde algunos catedráticos, más que educadores, se comportan como chantajistas, enseñando a sus alumnos que para triunfar hay que estar dispuesto a pactar todo, porque todo se vende. “La verdad no existe y la moral es un invento de los fuertes para someter a los débiles”.
Para defender la democracia y lograr el bienestar común hay que defender la libertad individual, la superioridad de la persona por encima del Gobierno, y mantener a los militares bajo control, como hasta ahora.
También se debe vigilar a los políticos para evitar que se conviertan en caudillos o en constructores de oligarquías familiares infectadas; y formar maestros decentes y honrados, que hagan de la cátedra un espacio para la forja del carácter, el amor por la libertad y la predilección por el juicio crítico.
Solo así los ciudadanos podrán escoger entre lo mejor de las opciones y actuar de acuerdo con su conciencia personal, sin intervenciones abusivas externas. Ese es el camino para triunfar en la vida y servir a los demás.