Después de escuchar las noticias diariamente, en medio de la confusión de versiones muy distantes una de otra, lo que prevalece es la percepción de falta de interés genuino por encontrar vías de diálogo para evitar una crisis política, con consecuencias sociales y económicas.
Eso sí, podemos ver cómo nuestra clase política es hábil para hilvanar salidas verbales, citar artículos de la ley y hacer gala del sarcasmo, algunas veces inteligente y en otras ocasiones, grosero.
Desvirtuar desde ahora el proceso electoral del 30 de noviembre próximo es un camino muy peligroso para el país; sin embargo, esa parece que será la senda a transitar.
Cada vez que escucho o leo que la población debe estar vigilante a lo que pueda pasar con un proceso electoral, que desde ya se pone en tela de juicio, no puedo más que pensar: ¿De qué forma se espera que el pueblo haga prevalecer la democracia?
Si algunos representantes del pueblo en el Congreso Nacional de la república no parecen dar muestra de voluntad ni de capacidad para crear las condiciones mínimas de respeto y convivencia pacífica, ¿qué puede pasar en otros escenarios?
Es claro que muchos de los problemas del país siguen latentes, con una situación adicional: las desigualdades no solamente económicas y sociales, sino también ideológicas han creado un abismo que se profundiza a base de enfrentamientos tanto en foros mediáticos y digitales como en conversaciones cotidianas. El odio ha encontrado terreno fértil.
Si hay algo que parece que nos identifica es el miedo, una emoción que se fortalece ante la percepción de peligro inminente. ¿Miedo real o irracional? Con el paso de los días vamos descubriendo que hay motivos suficientes que lo justifican.
El escenario internacional, ya de por sí complejo, se une a las condiciones de país que hacen pensar que está por avecinarse un enorme huracán.
El fin del Estado de Protección Temporal (TPS) que había venido otorgando el Gobierno de los Estados Unidos a migrantes hondureños no es un buen augurio, por el contrario, es solo muestra de los resultados de una política exterior hondureña equivocada.
Parece que no hemos entendido que estamos en una nueva forma de participar en la arena internacional, en la que las decisiones hoy más que nunca tendrán repercusiones en la vida del país.
Asalta nuevamente la pregunta: ¿de qué manera la clase política pretende que el pueblo vigile y cuide la democracia, ante un escenario semejante, en el que quienes tienen la autoridad y el deber parecen no cumplir?
Estamos viviendo momentos de gran confusión, es un verdadero río revuelto y, como ya sabemos, habrá “ganancia de pescadores”, con el reto de descubrir quiénes son. Mantener la calma y la prudencia es indispensable en todo momento.
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