Hay palabras que se quedan en la mente y en el corazón, reposan y crecen como si el tiempo fuese una especie de levadura que logra ese efecto.
Eso exactamente me sucedió hace algunos días, luego de asistir a una de las charlas de la Semana Vicentina, en la parroquia San Vicente de Paúl, en San Pedro Sula.
Esa noche, el orador era monseñor Vicente Nácher, con un tema valioso e intemporal: “Los pobres nos evangelizan”, fundamentado en las enseñanzas paulinas. Tomando como base esa charla, hice mi propia reflexión que hoy les comparto.
La atención a los pobres es un llamado permanente del evangelio, que nos desafía a buscar constantemente la perspectiva de los otros, a ser empáticos y actuar con amor y solidaridad.
Se trata de reconocer nuestra propia pobreza, no solamente material, sino también de lo inmaterial: conocimientos, oportunidades de desarrollo y, para quienes profesamos la fe cristiana, la pobreza espiritual; es decir, la necesidad de Dios.
Reconocernos pobres, en ese sentido amplio, nos permite tener la apertura para recibir, con la mirada puesta más allá de las cosas; por ello, es un llamado a la humildad, a la aceptación de nuestras limitaciones, como también de nuestras posibilidades de ser instrumentos para el bienestar de los demás.
En un país como Honduras, con más del 60 por ciento de población en situación de pobreza, el llamado no puede ser más pertinente; sin embargo, no es solamente a considerar lo material, sino a acompañar nuestras acciones con fe y esperanza.
En ese sentido, estamos llamados a actuar por los pobres, con humildad, identificándonos desde nuestra condición humana, con respeto a la dignidad de los otros, no para sentirnos buenos, sino para ser portadores del mensaje de Dios.
Cuando pasamos por momentos de especial incertidumbre, cuando las vulnerabilidades de país se vuelven más evidentes, es fundamental tener en cuenta que la solidaridad existe cuando hay conciencia de la situación de los demás como de la propia, respeto y, de manera especial, dar de forma desinteresada.
Especialmente se trata de transmitir un mensaje de fe, en acción y en palabras, aun cuando nosotros mismos podemos estar pasando por una situación de pobreza espiritual, y es allí donde debemos permitir la acción de Dios, para que Él supla lo que nos hace falta.
“Donde el Señor me lleva, el Señor me espera”, fue la frase que compartió monseñor Nácher, que dio calma a mis pensamientos y me trajo paz. Porque es esa certeza de omnipresencia, de guía y fortaleza la que nos debe invitar a seguir en el camino, aun cuando el futuro, incluso el inmediato, nos parece tan complejo.
Hoy más que nunca necesitamos cultivar la fe y transmitirla a nuestras familias y círculos de influencia. Vamos a seguir recorriendo el camino en compañía, con apertura de corazón y pidiendo la sabiduría para tomar decisiones adecuadas.
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