Aprendiendo de los exitosos

El mayor error de los latinoamericanos es creer que la obstinación es una virtud cardinal.

El mayor error de los latinoamericanos es creer que la obstinación es una virtud cardinal. Que rectificar es prueba de debilidad y que en la dureza y la resistencia para no enmendar está la base del poder. México logró avanzar un poco, porque rectificó un poco. Brasil dejó de creer en las estupideces militares y se encaminó por el respeto a la ley y las instituciones. Argentina quiere hacer lo mismo.

En cambio, Fidel Castro incurrió en el error de creer que la política está por encima de la economía y que la voluntad puede sustituir a los estímulos materiales de las personas que actúan incluso en contra de los más orgullosos. Chávez creyó que el petróleo estaba allí y que no había que hacer nada para extraerlo. Al final destruyó a Venezuela y la empujó al abismo, dejándola rodeada por la potencia que domina el barrio donde vivimos. La URSS se vino abajo, después de 70 años, porque no pudo desburocratizar la operación económica, que era una extensión gubernamental, con la que creían poder derrotar al capitalismo, descuidando el bienestar del pueblo y la capacidad de los soviéticos para encontrar solución a los problemas y obtener resultados.

Los chinos aprendieron la lección. La política la dirigen los políticos dentro del partido. La economía la manejan los particulares, con la condición de subordinarse a las líneas maestras del partido, aportando ellos las formas y dando resultados, con la condición de no intervenir en política función exclusiva de los comunistas dentro del partido único. Es una simpleza, pero que Fidel y la generación histórica que hizo la revolución cubana -muy sobrevalorada en sus palúdicas “batallas” y en sus propuestas- se han resistido a aceptar.

Por eso no tienen azúcar para endulzar su café. Carecen de un mercado agrícola que les dé los alimentos básicos porque es mentira que se pueden suprimir los estímulos económicos y creer como mandamiento de la ley de Dios que con la voluntad puede hacer lo que quiera. Incluso, en contra de la ley de gravedad.

En esta campaña se han dicho muchas estupideces con apariencia de verdades reveladas. Que, si las seguimos manejando, tendremos los mismos resultados que los cubanos. No es cierto que el único productor y comercializador es el Gobierno, que la iniciativa de los particulares es inferior al falso talento de los burócratas y que es delito buscar el beneficio propio invirtiendo y corriendo riesgos. No es cierto tampoco que el partido debe dirigir la economía y que los particulares no son más que burócratas descalzos, ovejas obedientes al que unos irresponsables, que nunca han sembrado una yuca, ni manejado una pulpería, pretenden enseñar qué producir, cuándo ganar y a cuánto vender el fruto de su trabajo.

La economía tiene leyes que la libertad debe permitir que se expresen a cambio de que el éxito individual de alguna manera sea compartido entre todos. Para que vía la justicia social se reduzca la desigualdad que expulsa a los hondureños hacia el exterior, volviéndonos frágiles y tornándonos poco imaginativos.

El que no tengamos ciencia, que las universidades no nos dan creadores y gerentes agresivos con capacidad para producir riqueza, es señal inequívoca de que las cosas están enredadas. Y que las debemos destrabar si queremos en realidad hacer de Honduras un espacio en el cual podamos vivir con holgura, sin robarle a nadie nada y sin andar como limosneros con garrote vendiéndonos por un plato de lentejas. Este es el tiempo de las rectificaciones honestas y sinceras. Y para ello hay que aprender de los que tienen éxito. Imitar a los fracasados llevará al fracaso.

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