Es allí, en medio del torbellino que el Señor se le manifiesta, no para darle una respuesta concreta a sus problemas, no para curar sus padecimientos, sino para despertarlo tanto a él como a nosotros a una realidad cruda, difícil de entender: no podemos conformar a Dios a la lógica humana, no podemos explicarlo todo, ni tener todas las respuestas. Hoy más que nunca somos conscientes de nuestra impotencia, de nuestra fragilidad. Justo cuando pensábamos que lo podíamos todo, que éramos invencibles y poderosos, nos encontramos rendidos frente a algo microscópico que nos supera y nos hace reconocer que no somos omnipotentes. Pero, hay algo de lo que sí somos capaces: tener esperanza, confiar y abrirnos a la grandeza de Dios, y creer, que así como a lo largo de la historia nos hemos levantado de tantas situaciones adversas y dolorosas, unidos, nos levantaremos también de esta, teniendo la certeza, que en medio de todo esto hay un propósito glorioso, que aunque no podemos verlo está presente y nos envuelve a todos.
Así como no coordinamos el movimiento del sol, la vida de las estrellas y sin embargo disfrutamos de un día soleado, y subimos la mirada para contemplar una noche estrellada, de la misma forma debemos aferrarnos a la esperanza de que Él, que estableció los limites de la Tierra y las profundidades del mar, es más grande que cualquier situación que enfrentemos.
“He hablado con ligereza. Comprendo que lo puedes todo, que ningún proyecto te resulta inalcanzable.” (Job 42,2) Esa fue la respuesta de Job al reconocer su realidad, así mismo, si aceptamos nuestra realidad y contribuimos a desarraigar este microrganismo de nuestra sociedad con lo que esta en nuestras manos hacer, Dios se encargará de mostrarnos sus propósitos para que podamos decir: “A oídas sabía ti, pero ahora te han visto mis ojos.” (Job 42,5)