Las puertas se cierran y no puedes salir hasta por la mañana”. No me tomó mucho tiempo en decidir que iba a hacerlo.
Al cerrarse las puertas y contemplar el lugar vacío, silencioso, sin el ruido de los miles de turistas que entran y salen cada día, en la paz de la noche, en lo frío de ese lugar de piedra, mi corazón estaba ardiendo.
Sola, a los pies del maestro, me pregunte: ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Que significa la cruz? ¿Por qué estoy de rodillas con los ojos llenos de lágrimas? ¿Qué puedo decir en este momento? ¿Cómo expresarme? La mayoría hemos escuchado a alguien que nos dice: “Esa es tu cruz”, refiriéndose a una situación difícil, al sufrimiento que padecemos por la enfermedad de un familiar o la propia, cuando atravesamos situaciones que no podemos explicar, momentos dolorosos, cuando luchamos con nuestras adicciones y las de las personas que amamos, en fin.
Pareciera como una frase que nos lleva a la aceptación resignada de nuestra situación. Fue entonces, en ese momento de soledad, en el lugar que fue testigo de la crucifixión de Cristo, el lugar en el que todo fue dicho, que entendí, que la cruz es un regalo, una oportunidad, es exactamente lo opuesto a lo que siempre me habían dicho, es dinámica, está viva.
Es un puente de la muerte a la vida, de la condena a la salvación, de la esclavitud a la libertad, del invierno a la primavera, es lo que nos mueve, nos reta a cambiar, a luchar, a transformarnos.
Hoy más que nunca debemos aferrarnos a ella, abrazar el cambio, disponernos a atravesar ese puente, sabiendo que la primavera llegará, que hoy recordamos la muerte en la cruz, no con resignación sino con el corazón lleno de esperanza por la vida que sabemos, llegará.