San Pedro Sula, Honduras.
La suerte no le ha sonreído a Virgilio Cruz a lo largo de sus 74 años, pero le ha dado fortuna a cientos de sus clientes desde que comenzó a vender la lotería nacional hace seis décadas.
Pedaleando una bicicleta desde el barrio Cabañas llega todos los días a la zona peatonal, se sienta en un banquillo frente al parque y tiende sus legajos de lotería sobre una mesita portátil. Ya no le alcanza la voz para pregonar sus billetes como cuando comenzó en el negocio a los 14 años, simplemente espera que los transeúntes escojan el número de su agrado.
Creció en las campos de la Standard, más allá de Coyoles Central, pero su vida la ha hecho en San Pedro Sula, adonde llegó con su abuela siendo un niño de escuela. “No me crie con mi mamá porque yo era el único hijo de ella con un hombre que no era mi tata verdadero. Por eso mi abuela se hizo cargo de mí para que no me vieran de menos”, relata.
Cuando la viejita murió, el pequeño Virgilio se vio obligado a buscar trabajo en lo que el destino le deparara y resulta que la primera oportunidad que se le presentó fue como vendedor de lotería. “Comencé en esto cuando empezó la Lotería Nacional en 1957, ahora ya ando con el petate en el lomo”, lamenta el viejo lotero.
Recuerda que su primer puesto de venta lo tuvo en el viejo mercado central, cuando la calle del comercio levantaba tanta polvareda que debía ser regada en verano por un carro cisterna. Por ese tiempo los billetes de la mayor tenían mucha demanda porque no existía la competencia de las loterías electrónicas, como ahora. Por eso don Virgilio ya no compra las bolsas completas, sino solamente los pliegos que calcula vender.
La chica solamente se vende los domingos, porque los días de semana la gente solo está pensando en comprar la diaria que se juega tres veces al día.
“Si no ganó a las diez de la mañana, espera el sorteo de las dos de larde o el de la noche, pero no le paran bola a la chica”, comenta con tristeza.
El declive de la lotería nacional comenzó a partir de 2002, cuando la empresa Lotelhsa dio vida a la Diaria y a la Loto con sus hijas, Pega 3, Superpremio y Premia 2. A medida que la gente fue conociendo las nuevas oportunidades de ganar, se fue olvidando de las loterías tradicionales, según dijo.
El hombre no reniega de su suerte, porque al fin y al cabo con la venta de sus billetes logró criar a sus hijos que ahora ya tienen sus propios nidos.
“Ya volaron, ahora solo he quedado yo con mi señora”, manifiesta.
Cuando ya no tenga fuerzas para seguir ofreciendo el gordo, le quedará la satisfacción de haber vendido el premiado a tantas personas, aunque estas no le hayan dado ni un lempira de propina. La última de ellas fue un señor que se bajó de un busito y le compró un pliego de la mayor que salió premiado. No lo volvió a ver.
El viejo lotero también prueba suerte de vez en cuando, dejando para él algún número que le gusta, pero nunca ha ganado porque es “más torcido que un palo de guayabo”.
La suerte no le ha sonreído a Virgilio Cruz a lo largo de sus 74 años, pero le ha dado fortuna a cientos de sus clientes desde que comenzó a vender la lotería nacional hace seis décadas.
Pedaleando una bicicleta desde el barrio Cabañas llega todos los días a la zona peatonal, se sienta en un banquillo frente al parque y tiende sus legajos de lotería sobre una mesita portátil. Ya no le alcanza la voz para pregonar sus billetes como cuando comenzó en el negocio a los 14 años, simplemente espera que los transeúntes escojan el número de su agrado.
Creció en las campos de la Standard, más allá de Coyoles Central, pero su vida la ha hecho en San Pedro Sula, adonde llegó con su abuela siendo un niño de escuela. “No me crie con mi mamá porque yo era el único hijo de ella con un hombre que no era mi tata verdadero. Por eso mi abuela se hizo cargo de mí para que no me vieran de menos”, relata.
Cuando la viejita murió, el pequeño Virgilio se vio obligado a buscar trabajo en lo que el destino le deparara y resulta que la primera oportunidad que se le presentó fue como vendedor de lotería. “Comencé en esto cuando empezó la Lotería Nacional en 1957, ahora ya ando con el petate en el lomo”, lamenta el viejo lotero.
| Muy temprano está en la plaza peatonal ejerciendo su viejo oficio. |
| Sépalo
No había terminado el tercer grado cuando murió su abuela, lo que lo obligó a dejar la escuela para dedicarse a vender lotería en las calles de la ciudad.
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“Si no ganó a las diez de la mañana, espera el sorteo de las dos de larde o el de la noche, pero no le paran bola a la chica”, comenta con tristeza.
| Testimonio
La única propina que ha recibido durante su vida de lotero fueron 3,000 lempiras que le obsequió el Pani por haber vendido un premio consistente en un vehículo valorado en 200,000 lempiras. 40 años de su vida de vendedor los ha pasado en el parque central de San Pedro Sula.
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El hombre no reniega de su suerte, porque al fin y al cabo con la venta de sus billetes logró criar a sus hijos que ahora ya tienen sus propios nidos.
“Ya volaron, ahora solo he quedado yo con mi señora”, manifiesta.
Cuando ya no tenga fuerzas para seguir ofreciendo el gordo, le quedará la satisfacción de haber vendido el premiado a tantas personas, aunque estas no le hayan dado ni un lempira de propina. La última de ellas fue un señor que se bajó de un busito y le compró un pliego de la mayor que salió premiado. No lo volvió a ver.
El viejo lotero también prueba suerte de vez en cuando, dejando para él algún número que le gusta, pero nunca ha ganado porque es “más torcido que un palo de guayabo”.