Las dos mujeres de Aurelio Martínez, los seres a los que más amó, ángeles que llenaban de orgullo, dicha y júbilo su corazón.
María Teófila Suazo Meléndez, su primer amor; el más grande de todos, su refugio, esa fuente inagotable de inspiración, la dama que vivió sus sueños a través de su famoso hijo, ese miembro de una banda, en la que madre e hijo forjaron un tierno dúo, que regularmente transmitía sus conciertos en la intimidad de su hogar o en las redes sociales.
Doña María, residente en la ciudad de Nueva York, construyó un vínculo tan fuerte con Aurelio, uno similar al hilo rojo de la mitología china, sin importar la distancia, él siempre volvería a la gran manzana de cualquier lugar del mundo, a los brazos de su progenitora.
Volvía a cantarle, a presentársela al mundo, a hacerla la protagonista del espectáculo más grande, del amor de madre, ese que se daba fuera de los escenarios y que se conoce simplemente como “La vida”.
Juntos componían musicales dignos de Broadway, el con su guitarra y ella, con sus maracas y sus voces, pues, se convertían en una sola, la más pura demostración de un amor genuino y, al hacerlo, compartían la sonrisa más sincera, el sentimiento más gratificante, dos corazones entrelazados llenos de satisfacción al ritmo de una canción, en la que las vibras del mensaje; pese a desconocerse el significado de este, se comprendía en el mundo entero que era una expresión de amor.
La noche del lunes 17 de marzo, Aurelio, un amante del mar y la playa, sitio que lo vio nacer, crecer y que, además, se convirtió en su refugio predilecto alejado de los escenarios, perdía la vida en la isla de Roatán.
Tras confirmarse la muerte del cantautor hondureño, doña María Suazo, recibía con tristeza la noticia de su partida, pese a sufrir de Alzheimer, fuentes cercanas a ella, nos confirmaron que con serenidad y contundencia expresó “Una madre nunca debería de enterrar un hijo”, para luego, en compañía de los más grandes músicos de la cultura, ser parte de un homenaje póstumo con tambor, maracas y al son del ritmo punta, la única manera de despedirse de su amado hijo.
En la vida de Aurelio había otra mujer muy especial, una que le robó el corazón desde el primer día de nacida, la que estremecía cada centímetro de su ser, por la que era capaz de hacer cualquier sacrificio, la niña de sus ojos, Seyri Martínez Romero, pese a que él amaba profundamente cada uno de sus hijos, a Kiamyl, a Aurelio Jr., todos los amo de forma diferente.
Cabe destacar que su relación con la niña de papi. La conexión entre ambos enorgullecía al vocalista, sus palabras al referirse a ella denotaban orgullo, ese tipo de amor que no conoce barreras ni límites, su esperanza era verla convertida en una artista internacional, de la cual él sería su mentor y sobre todas las cosas, su fan #1. Ella tiene 16 años.
La partida de Aurelio deja a su talentosa hija, con la tarea de recomponer ese corazón hecho añicos, las heridas son profundas y las cicatrices imborrables, sin embargo, su padre la veía creciendo en la música, luciéndose en un escenario, cantando y deslumbrando al público, siempre entendió que había engendrado a una estrella, la cual se espera que pueda brillar en esta tierra y representar el apellido de su padre, una persona que siempre creyó en ella y que la iluminara desde arriba.
