Cada 10 de septiembre, desde 2003, se conmemora el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, instaurado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esta fecha busca poner en primer plano un problema de salud pública aún rodeado de estigmas y silencios, pero que exige atención urgente.
El suicidio no solo impacta a la persona, también a sus familias, comunidades y a la sociedad en general. Entre el 1 de enero y el 18 de agosto de 2025 se registraron 262 casos en el país, lo que equivale a más de una persona por día, según datos del Sistema Estadístico Policial en Línea (Sepol). Los reportes abarcan 106 municipios, lo que refleja una crisis que no distingue entre grandes ciudades o zonas rurales.
A nivel global, una de cada 100 muertes ocurre por suicidio cada año, es decir, una cada 40 segundos. Hoy es ya la cuarta causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años.
Señales de alerta
Aunque no siempre están presentes, los especialistas señalan como indicadores de riesgo: hablar de querer morir, expresar sentirse una carga, experimentar tristeza intensa o desesperanza, mencionar dolores persistentes, aislarse, regalar objetos valiosos, aumentar el consumo de sustancias o mostrar cambios bruscos de conducta y ánimo.
No todas las personas que cometen suicidio padecen depresión. También influyen trastornos de ansiedad, psicosis, dolor crónico, consumo de sustancias o factores externos como violencia y crisis económicas.
Prevención en espacios clave
La escuela y el trabajo son entornos fundamentales. Contar con docentes capacitados ayuda a identificar estudiantes en riesgo, fomentar la educación emocional y activar protocolos de crisis. En el ámbito laboral, un empleo estable puede ser un factor protector, mientras que la precariedad incrementa el riesgo. Promover ambientes sanos, prevenir el acoso e impulsar programas de bienestar son acciones necesarias.
El cuidado personal no se puede pasar por alto. Mantener rutinas de sueño, realizar actividad física moderada y llevar una alimentación equilibrada ayudan a estabilizar el estado de ánimo y brindan una sensación de control sobre la vida cotidiana.
El abordaje clínico también resulta esencial: una atención profesional permite evaluar riesgos, aplicar terapias y medicación basadas en evidencia, además de ofrecer psicoeducación y acompañamiento familiar. Todo esto mejora la adherencia al tratamiento.
La coordinación entre psiquiatras, psicólogos y otros profesionales garantiza un seguimiento integral, disminuye la recurrencia de intentos y mejora el pronóstico a largo plazo, siempre bajo un marco ético y de respeto a los derechos humanos. Hablar del tema con responsabilidad y sin miedo es una forma de salvar vidas.
Hablar de suicidio no es incitarlo, es prevenirlo. Obtener ayuda profesional, como hablar con un psicólogo, puede hacer una gran diferencia. Estos especialistas pueden compartir ideas para desarrollar las habilidades que una persona necesita para resolver sus problemas y encontrar formas significativas de hacer frente, todo de forma progresiva y con la voluntad de mejorar para encontrar una salida a cualquier problema.